martes, 8 de diciembre de 2015

INEVITABLE


Inevitable narra un momento crucial en la historia americana y mundial.
En este relato se cuenta el asesinato del presidente Kennedy narrado en primera persona por la bala que impactó contra su cabeza.
La historia se me ocurrió en el día de mi 32º cumpleaños, a altas horas de la madrugada, con dos copitas de más mientras que me quedé absorto contemplando una foto del coche presidencial.



INEVITABLE



INEVITABLE:
(Del lat. inevitabĭlis).
1. adj. Que no se puede evitar.

EVITAR:
(Del lat. evitāre).
1. tr. Apartar algún daño, peligro o molestia, impidiendo que suceda.
2. tr. Excusar, huir de incurrir en algo.
3. tr. Huir el trato de alguien, apartarse de su comunicación.
4. prnl. ant. Eximirse del vasallaje.


¿BUENO O MALO?

Soy un proyectil 243W del calibre 6 milímetros. Dicen que puedo alcanzar una distancia de doscientos metros.  Soy dorado, esbelto, alto para ser lo que soy.
La humanidad tiene el concepto de que soy algo malo. No recapacita sobre que ni yo ni la persona que aprieta el gatillo somos malos. Malo o bueno son conceptos relativos según los puntos de vista de las personas. Sirvo como deporte olímpico, casi como un juego, pero también sesgo las vidas de humanos y animales.
Un indio navajo consiguió un fusil de un soldado americano muerto y con él le quitó la vida a un búfalo para que su tribu pudiese comer.  Soy algo bueno. Un señorito, dueño de una finca en la España de la posguerra, mató un ciervo para probar puntería con su nueva escopeta de doble cañón. Las armas las carga el diablo.
Si un ejército entra en tu país y yo te ayudo a defenderlo, soy buena. Sin embargo, si por motivos económicos tu país quiere invadir un país vecino y yo te ayudo, las personas de ese país dirán que las armas, las balas y los que las disparan son malas.
Un ladrón entra en plena noche en tu casa, apunta a tu esposa con un arma a la cabeza y aprieta el gatillo. Un ladrón entra en tu casa, amenaza a tu esposa con un cuchillo, sacas un arma, apuntas a su cabeza y aprietas el gatillo.
La cuestión no es si "bueno o malo", la cuestión es que cuando yo salga del cañón de un arma de fuego, algo va a suceder, no habrá marcha atrás en el último momento, nada impedirá que cumpla la misión para la que me han construido y eso es inevitable.

Personalmente no estoy de acuerdo con arrebatar la vida a los seres vivientes, ya sean animales o humanos, pero sí entiendo que hay muertes que salvan vidas y que hay veces en las que, sacrificando a un peón, puedo evitar muchas más muertes, pero eso lo camuflan dándole el nombre de daño colateral.
Algo que me inquieta es saber: ¿cuándo, dónde y cuál será mi utilidad final?, ¿seré algo bueno y que sirva de provecho, o por el contrario crearé el caos, el desorden y la destrucción y seré la gota que colme el vaso para comenzar algún conflicto de mayor envergadura?





HOY ES EL DÍA

Estoy correctamente alineada con el resto de mis compañeras en una caja de cartón. Estamos rígidas, frías, impasibles. Casi tenemos formación militar dentro de esta caja. Todo es silencio. Tranquilidad que contiene las preguntas sobre cuándo cumpliremos nuestra misión. Es un momento en el que se podría decir que, si fuéramos guerreros samuráis, estaríamos rezando y meditando silenciosamente antes de la batalla. No prestamos atención a otra cosa que no sean los sonidos del exterior de esta caja que nos contiene. Seguimos rezando en silencio, inmóviles, como una panda de enfermos mentales a los que hubieran sedado y obligado a caminar lánguidos hacia el interior de una sala vacía hasta completar su aforo.
Nuestro silencioso retiro se ve interrumpido por una llamada de teléfono. La llamada es corta, dura apenas quince segundos y el receptor de la llamada cuelga sin decir una sola palabra. Rápidamente se dirige hacia el cajón en el que estamos guardadas. La caja se abre por su parte superior y unas manos nos cambian de lugar a mí y a cuatro más de nosotras. Pasamos de estar en la caja a estar en una bolsa de cuero. Aquí sólo hay desorden y un fuerte olor a cuero y a algo metálico oxidado. La cremallera se cierra y vuelve la oscuridad desalineada. Noto el movimiento de la mano que nos lleva en la bolsa y que nos deja encima de una mesa. Oigo los diferentes ruidos: los pasos del recorrido que hacen las pisadas por toda la casa en la que nos encontramos, las luces que se encienden  y se apagan, la puerta del armario de la cocina, el vaso de cristal que choca con otros vasos antes de salir, la puerta del armario que se cierra, el agua corriendo por las tuberías hasta que por fin sale del grifo, mas pasos hasta la mesa donde está la bolsa de cuero, la puerta de la calle que se abre, la puerta de la calle que se cierra, el sonido del aspersor que riega el césped, el maletero del coche que se cierra y el motor del coche que arranca.
Durante unos veinte minutos traqueteo en el coche hasta que éste se para definitivamente, no sé dónde. Me inquieta pensar cuál es mi misión, pero respiro al saber que al menos ya sé el lugar y el día: Dallas, Texas, 22 de noviembre de 1963.
La luz entra en la bolsa de cuero y la mano me saca. Una sensación de mareo producida por el contraste de la oscuridad de la bolsa y la luz del día y de los movimientos me sacude. Puedo ver que la mañana está clara, estoy en una plaza o eso creo, hay una valla blanca, árboles, algunos edificios y césped.
Me cargan en un fusil por una apertura lateral y accionan un mecanismo que me coloca en la posición exacta para salir despedida. Para bien o para mal, voy a tener la suerte de ser la primera de las cinco balas en cumplir la misión. Veo la profundidad del túnel que forma el oscuro cañón de la carabina. Aquí dentro hace frio. Hay un silencio extremo. Huele a aceite y a muerte, una muerte que se aproxima. Puedo ver un punto blanco de luz al final del túnel y cómo desaparecen, por la falta de luz, conforme se alejan de la salida, las estrías del mismo que me harán salir girando sobre mi propio eje. Algo se mueve y paso de estar en posición vertical a estar en horizontal, lista para salir. La luz blanquecina de cielo pasa a ser asfalto gris y césped verde, no puedo ver mi objetivo, mi campo de visión es circularmente reducido. Me vuelven a dejar apoyada en el suelo sobre una manta.
Oigo como poco a poco, el lugar comienza a llenarse de personas. Voces de niños y de adultos. Sin duda algo importante va a suceder aquí, esta mañana. Puedo distinguir claramente cómo la persona que me va a disparar enciende, uno tras otro, cigarros que fuma lentamente. La cantidad de cigarrillos que fuma me indica que está nervioso, pero el hecho de que intente calmarse con ese hábito y que poco a poco lo consiga, esa mezcla de estados de ánimos me demuestra que no es la primera vez que hace esto. Los minutos pasan lentamente. Yo sigo aquí: fría, neutra, indiferente, reflexionando sobre la batalla, porque voy a matar y ni siquiera sé a quién. Los gritos son cada vez más fuertes y noto como me vuelven a poner en posición horizontal. Paso de estar en una posición medianamente elevada a estar casi a ras del suelo, por lo que intuyo que el fusilero está tumbado en un montículo detrás de las vallas, agazapado, esperando su oportunidad. La culata del fusil se acaba de apoyar entre el hombro y la mejilla del tirador. Ahora puedo ver claramente el cruce de las calles Houston y Elm. Hay árboles entre medio con grandes hojas verdes, sin duda será un tiro difícil. La gente está cantando un himno patriótico que no logro reconocer al tiempo que agitan pequeñas banderas nacionales y gritan otras cosas al margen del himno. Puedo sentir claramente cómo amartillan el arma, estoy a punto de salir.
Miro fijamente el agujero del final del cañón. Sigo firme, mentalizada y concentrada en salir directamente al encuentro de mi objetivo. Mi cuerpo está helado, brillante, cargado de muerte y destrucción. La respiración del tirador se hace lenta, tanto que queda sostenida. Empiezo a sentirme letal y a contraerme llena de furia.
Un disparo suena y la multitud empieza a chillar. Todo es descontrol, incluso para mí, ya que aún no he salido del arma. Esto no estaba previsto, hay otro tirador en alguna parte de esta plaza. Han pasado tres segundos y medio y un nuevo disparo resuena fuerte. Asumo que no soy la protagonista de esta fiesta, hay otras como yo. Lo que no sé es si todas tenemos la misma misión o cada una iremos a un objetivo distinto. Oigo el click del seguro del arma, ahora sí, ha llegado mi turno. Mi interior es un torbellino. Cinco segundos más tarde noto el dolor punzante cuando, al apretar el gatillo, el percutor se me clava profundamente, recto y sin vacilar en la parte posterior. Un sin fin de gases, de fuego y de procesos químicos hacen que me dirija recta, caliente y segura por el largo y oscuro cañón, dejando atrás la vaina que  me contenía. Poco a poco, veo más cerca la luz blanca de la salida del fusil. Las estrías del cañón hacen que empiece a girar sobre mi misma en el sentido contrario de las agujas del reloj. Finalmente salgo del fusil con un sonoro y seco silbido, dejando tras de mi unos milimétricos surcos de fuego imperceptibles para el ojo humano a simple vista, una fina columna de humo y un casquillo que vuela cuando sale por el lateral del fusil.
Avanzo veloz, cortando el viento por encima de la valla blanca. A través de la plaza triangular puedo ver la cara de pánico y terror de la gente, las motocicletas de la policía de un lado a otro y el desconcierto que reina en ese lugar en ese momento. En uno de mis giros puedo ver cómo un fusil que había recostado sobre una ventana del edificio que sirve como almacén de libros para la escuela de Texas, situado en el lateral del coche, se esconde sin que nadie haya podido verlo. Ahora sé claramente cuál es mi dirección: el automóvil presidencial, el coche oficial del presidente de los Estados Unidos. La cabeza del presidente John Fitzgerald Kennedy será, inevitablemente, mi destino final.
La mujer del presidente mira incrédula a su marido que se lleva las manos a la altura de  la corbata y cuya cara refleja que aún no es consciente de que tiene una herida de bala con agujero de salida en el cuello. Conforme avanzo, puedo ver como el gobernador Conally, sentado de copiloto en el coche, aun teniendo una herida de bala en la parte derecha de su pecho, otra en la mano derecha y una tercera cerca de la rodilla izquierda, se vuelve para mirar al presidente. El vestido rosa de Jackie ha sido salpicado por diminutas gotas de sangre que salen de la herida del presidente. Debido al primer impacto, la cabeza del presidente está más baja, lo cual favorece el éxito en mi trayecto. En esos momento sólo deseo abrir esa cabeza en cuantos más pedazos mejor y cumplir con mi deber. Siento que gano velocidad y que mi punta va perdiendo durante el trayecto todas las moléculas de polvo, aceite y otras sustancias que no necesita para hacer blanco. La señora Kennedy aprieta el cuerpo de su marido contra el suyo en un intento de sanarle las heridas. El coche presidencial camina a algo menos de veinte kilómetros por hora por lo que no me resulta nada fácil entender que cumpliré mi mandato con éxito. Sigo caliente tras haber salido del rifle y recorrido casi entera la plaza Dealy.
Esta es mi gran actuación, el acto final, el último y clave momento en el que una bala llega a su destino. Súbitamente impacto contra la parte occipital derecha de la cabeza de John. Perforo esa parte del cráneo con un limpio y redondo agujerito que deja marcada mi minúscula forma en el hueso.  A medida que avanzo por la prodigiosa y presidencial cabeza, voy desgarrando todo tipo de fibras y tejidos, atravieso un mundo rojizo y viscoso lleno de informaciones contradictorias e impulsos eléctricos que, debido al impacto, no consiguen conectar entre ellos. Cuanto más diminutos rebotes y roces sufro ahí dentro, mayor es el daño que voy provocando a mi paso. Me siento ganadora, una heroína por estar haciendo bien mi trabajo. Noto como si empezase a crecer físicamente dentro de esta cabeza. Un sentimiento equivalente a la adrenalina humana me va consumiendo. Un afán por destruirlo todo me invade. Lamento ahora no ser de un calibre mayor para reventar y crear más destrozo a mi alrededor. Lamento profundamente no ser una bomba de hidrógeno para poder fundirlo todo hasta dejar irreconocible al mundo. Finalmente salgo por la parte trasera de la cabeza, produciendo un agujero de salida bastante irregular y mucho más grande que el que provoqué a mi entrada y del que salen todo tipo de fluidos, trozos de cráneo y una fina nube de sangre. Vuelvo a estar libre, suspendida en el aire, pero deformada. Ya no conservo mi estructura lineal y aerodinámica, ni mi vuelo recto y preciso. Me pierdo tanto físicamente como en mis pensamientos, no sé dónde he llegado a caer cuando mi velocidad de avance ha llegado a cero.
Desde mi posición puedo ver como Jackie, asustada y fuera de sí, solo sabe inclinarse sobre el cuerpo de su marido e intentar recoger infructuosamente los pedazos de cráneo, cerebro y todo lo que ha salido de la malograda cabeza del presidente y que ahora se ha depositado en la cubierta del maletero. Oigo el acelerón del Lincoln que transporta el cuerpo herido, las carreras del equipo de seguridad y a alguien que grita algo sobre un humo detrás de un vallado blanco.
Estoy en el suelo, deformada, tibia, sin fuerzas, tremendamente relajada tras la destrucción y el cambio que acabo de provocar en la historia  del mundo, contenta por haber cumplido mi misión. Alguien me recoge, me mete en una pequeña bolsa de plástico transparente y me guarda en su bolsillo. Ni yo ni nadie sabemos quién es ese hombre que me ha recogido, ni mucho menos a dónde me lleva, pero eso a mí ya no me importa. Me importa más la guerra interna que tengo sobre  si ese hombre merecía o no morir, si su muerte ha sido provechosa para unos o para otros, o si con ella he evitado que más personas corrieran su misma suerte.
¿Hubiera preferido otro objetivo?, ¿hubiera preferido quedarme en aquella caja de cartón junto al resto de proyectiles? Sea cual sea mi respuesta, ya no importa, lo que importa es que alguien, por algún motivo, quería matar al presidente y, desde que apretó el gatillo parar llevar a cabo aquella idea, ya era algo inevitable.