sábado, 31 de diciembre de 2016

4.000 VISITAS ...Y UN AÑO DE VIDA





Hoy, 31 de diciembre de 2016, he alcanzado una nueva meta con este blog, por fin he llegado a las 4.000 visitas. Tenía el firme propósito de conseguirlo antes de que terminase el año y
¡Lo he conseguido!
Son muchos los comentarios que me han ido llegando a lo largo de este año primer año vía whatsapp, a mi cuenta en Facebook o directamente al propio Blog. A todos vosotros que me leéis, me aconsejáis sobre cómo mejorar a la hora de escribir, me animáis a seguir y sobre todo, a los que disfrutáis con mis historias os doy 4.000 veces las GRACIAS y un gracias muy especial a María Carmona por darle siempre el último repaso a mis textos.
Como ya os pregunté en su día ¿Vamos a por las 5.000?

Aprovecho desde aquí para felicitaros el año a todos y desearos un feliz 2017

Dani Luceniggia

sábado, 3 de diciembre de 2016

CRUZ DE NAVAJAS



¿Por qué Cruz De Navajas?

Cuando escribí y publiqué WHISKEY IN THE JAR, numéricamente no alcanzó una gran cifra de visitas al blog, podríamos decir que no estaba entre las favoritas de mis lectores, pero fue tal la satisfacción de haber concluido con éxito el reto que me propuse a mí mismo adaptando una canción a un formato literario que tuve que repetir la experiencia. Sólo tenía que elegir una nueva canción que contar, otra historia ya cantada por otro.

MECANO nunca estuvo entre mis grupos favoritos, y eso que soy muy “de la música española de los ochenta”,  pero la historia de esa canción es especial, por lo que me pareció propicia para experimentar con ella. Así que, para todos aquellos que disfrutan con mis relatos y con Mecano, os dejo esta nueva entrada a mi blog.

¡A disfrutar!



*ACLARACIÓN: Me gustaría volver a recalcar, a efectos legales, que la canción original que inspira esta historia fue escrita en el año 1985 por José María Cano y Joaquín Sabina y que en ningún caso intento atribuirme la autoria de  la misma. Simplemente, haciendo uso de la imaginación, he querido hacer mi  versión particular. Gracias. 




CRUZ DE NAVAJAS



EL SOLITARIO CAMINO DE VUELTA A CASA

- Por hoy deberán cerrar el local. ¡Se acabó la fiesta por esta noche!

Eso fue lo que  les ordenó el agente de policía a Mario y a Martín para que aquel sábado chapasen el 33, el pub que ambos amigos regentaban.

-¡Hay que joderse! No hemos podido ni limpiar la barra. Mañana estarán los vasos pegados y no habrá un dios que los deje limpios -,  protestó Martín, cruzado de brazos  mirando a su amigo.
-Bueno, al menos esta noche nos hemos librado de tener que limpiar los baños.- Contestó Mario levantándose con esfuerzo tras haberse puesto en cuclillas para echar el cerrojo de la persiana metálica.
-Algo bueno tenía que tener esto.
-Tampoco te alegres mucho. Mañana habrá que limpiarlos igualmente.
- Las redadas son una puta mierda -, protestó Martín nuevamente. - Siempre pasa algo que te obliga a cerrar el bar y, al final, terminas perdiendo dinero. El día menos pensado te vendo mi parte y… ¡A tomar mucho por culo!
-Seguro que sí. Volverías a los dos meses, sin un duro y buscando trabajo -, replicó Mario estirando la espalda con las manos en los riñones. -  Martín, estoy reventado. Me voy a casa a dormir y tú deberías hacer lo mismo.
-Las 4:15 de la madrugada. Bueno, creo que llamaré a Virginia, a lo mejor está aún despierta y le pego “un porracito”-, rebatió mientras miraba su reloj.
-Eres un cabrón. El día  menos pensado se entera Marta y te corta las pelotas.
-Venga. Descansa -, contestó Martín desoyendo el comentario de su socio.
-Hasta el Martes.
-Adiós.
Mario le dio la espalda a su amigo y, subiéndose hasta arriba la cremallera de su chaqueta, comenzó a caminar calle abajo. Se levantó las solapas para combatir el frío de  la madrugada y escupió al suelo mientras intentaba dejar la mente en blanco. No tenía ganas de pensar en los problemas del bar: las facturas por pagar, los proveedores, los distribuidores, las multas… Ni siquiera quería pensar en la clienta rubia de pelo rizadísimo que le había propuesto tomarse una copa con ella en su casa y ver qué sucedía luego. Ni mucho menos en la redada. Sólo le apetecía llegar, ducharse y dormir. Se encendió un cigarrillo y continuó andando. Sonrió al pensar en lo sorprendente que era cómo funcionaba la parte caliente del cerebro de un hombre, cómo había conseguido dejar de pensar en el bar pero no lograba quitarse de la cabeza las enormes tetas de la clienta rubia.
Giró la última esquina del camino de vuelta a casa, lanzó lejos la colilla del cigarrillo y volvió a consultar la hora en su reloj: eran las 04:50. Observó cómo a lo lejos, bajo la luz de una  farola, se dibujaban las siluetas de dos personas. Mario continuó avanzando y observando a los dos tipos que, desde la lejanía, se fijaban en él. Prosiguió su camino sin desviarse. Ahora podía verlos bien. ¡Eran prácticamente iguales!: dos yonkis altos, delgados, con las orejas perforadas con aros, los ojos vidriosos y rojos, hundidos en una cara huesuda. Sólo los diferenciaban el color de sus camisetas y el pelo de uno de ellos, que era algo más largo.
-¿Tienes un cigarro, colega?- Preguntó el más cercano a Mario Postigo.
-Lo siento. No tengo - Contestó el camarero sin pararse.
-¿Cómo que no tienes? Te he visto tirar uno en la esquina. ¡Dame un cigarro!- Insistió.
-Era el último.
-¿El último? ¡Y una mierda! Que me des un cigarro - Ordenó el drogadicto parando a Mario poniéndole una mano en el hombro.
Los dos se miraron fijamente. A Mario, como camarero que cada noche se enfrentaba a borrachos, camorristas e indeseables, no le asustaban aquellos tipejos. Al drogadicto, ansioso y sin nada que perder, se la sudaba Mario, aunque este fuera mucho más corpulento que él. Las miradas se sostuvieron largos segundos. La noche estaba helando.
-No tengo tabaco, ¿te queda claro? - Respondió Mario fríamente, apartando la mano que retenía su hombro.
El drogadicto sonrió mostrando unos dientes pequeños y grisáceos. Los ojos enrojecidos le brillaron bajo la amarillenta luz de la farola. Mario advirtió el peligro, conocía demasiado bien ese tipo de miradas desencajadas, y colocó su mano derecha cerca del bolsillo trasero de su pantalón, donde guardaba su navaja. Continuaba serio, expulsando vaho por la boca. El yonki dejó de sonreír y siguió sosteniéndole la mirada. El silencio de la noche que los envolvía sólo se rompió cuando el drogadicto del pelo largo, que estaba más alejado, alargó el brazo por detrás de su compinche, empuñando una navaja que le hizo una herida a Mario en la frente, mientras desesperado e impaciente gritó: ¡que le des un cigarro a mi amigo, hostias! El herido retrocedió un par de pasos llevándose la mano a la frente, que emanaba sangre a borbotones. Levantó la vista y analizó la situación: los dos drogadictos iban armados con navajas. Mario les hizo frente sacando la suya y los tres comenzaron a lanzar ataques que se perdían en el aire, casi como en una peligrosa coreografía. Al camarero, la sangre, que se le colaba en los ojos, le dificultaba la pelea. El yonki de pelo corto volvió a sonreír, disfrutaba con aquello y con el botín que obtendría tras la pelea.
La luz de una ventana en la tercera planta del edificio que contemplaba la reyerta se encendió. Las cortinas y ventanas se abrieron y María, la novia de Mario, se asomó para averiguar de dónde venía el ruido.
-¡Mario!- Gritó la mujer asustada desde la ventana.
El drogadicto, aprovechando la distracción de Mario, que miraba hacia la ventana, lanzó un ataque que este consiguió esquivar dando un paso gigante a un lado. Pero, desafortunadamente, perdió de vista a su otro agresor. Un dolor frio y agudo atravesó su pecho.
Cayó al suelo, primero de rodillas, mirando sus manos ensangrentadas que trataban de taponar la hemorragia, luego el cansancio le venció y cayó herido de muerte bocarriba. Sintió cómo los drogadictos registraban su cazadora y le robaban la cartera. El frío le entumecía el cuerpo, sentía el sabor de su sangre en la boca. Giró la cabeza y vio cómo los drogadictos huían calle abajo. Cerró los ojos, se dejó ir, falleció y no pudo ver cómo María se arrodillaba a su lado pidiendo auxilio en mitad de la noche mientras sostenía la cabeza del pobre Mario.

Eso fue lo que los noticieros locales del día siguiente contaron en su sección de sucesos, pero la verdadera historia de la muerte de Mario Postigo fue otra bien distinta”.


CAJA EN EL 33

Los últimos clientes se apresuraron a pedir y a abonar sus últimas copas, que fueron servidas en vasos de silicona para llevar, cuando las luces parpadearon y se apagó la música indicando que eran las 5:00 de la mañana del viernes. Había llegado la hora del cierre en el 33.
Los clientes borrachos iban desfilando en orden hacia la puerta mientras Martín, que hacía las veces de portero, cantaba burlonamente “Vamos a la cama que hay que descansar, […]” *(1).
Las dos camareras terminaron de ponerse sus abrigos y salieron algo más tarde, tras las oportunas despedidas, no sin mirar de arriba abajo, con recelo, a Virginia, la única mujer que permanecía en el local esperando a Martín mientras se tomaba una cerveza a la que había sido invitada. Virginia no era la mujer de Martín, ni si quiera era su novia. Su novia dormía en casa pero el camarero nunca tuvo reparos en aprovechar su oficio para ligar con todo lo que se le ponía a tiro.
Mario tiraba rápida y ruidosamente los cascos de las botellas vacías en una bolsa grande de basura sin prestar mucha atención a lo que le explicaba Martín, que no paraba de contarle en voz baja lo que Virginia le había hecho la noche anterior en la cama, mientras contaba lenta y pausadamente la recaudación de la caja.
-Joder, ¿me estás oyendo? - Preguntó Martín con cierto enfado.
-Que sí, coño, que te estoy oyendo. Lo que pasa es que estoy cansado de tus historias. A ver si sientas la puta cabeza ya de una vez.- Contestó Mario sacando del bolsillo trasero de su pantalón una afilada y puntiaguda navaja de mariposa para abrir una caja de botellas de ron y reponer los huecos de las baldas de detrás de la barra.
-¿Aún llevas esa navaja?- Dijo Martín preocupado.
-La llevo sólo para abrir las cajas. - Respondió Mario colocando las últimas botellas que le faltaban para reponer toda la barra.
-Abrir las cajas, seguro. El día menos pensado te vas a meter en un problema serio con la puta navajita.
-Bueno, espero no tener nunca problemas serios pero, si algún día los tengo, prefiero tener “la puta navajita” que no tener nada.
-Hombre, visto así...
-Visto así y visto de cualquier manera. Anda, dame la caja que, si tengo que esperar a que la hagas, tú no cerramos nunca - Ordenó Mario.
-No, no te preocupes, ya lo hago yo.
-No, joder, venga. Trae aquí.
-Bueno, termino yo los baños y tú me haces la caja - Propuso Martín dándole a Mario un fajo de billetes y una calculadora.
- El baño lo terminé yo hace un rato, cuando empezaste a contarme lo de Virginia.
-Vaya, mañana lo haré yo.
-Sí, mañana, no te preocupes.
-Oye Mario- Preguntó Martín dubitativo pasados unos segundos.
-¿Qué?
- Como ya sólo queda hacer la caja, y la estás haciendo tú…
-¿Qué?
-Te importa si… ¿Me voy ya con Virginia? La pobre está ahí sola esperando.
Mario paró de contar billetes, miró cómo Virginia apuraba la cerveza que Martín le había dado, suspiró, se resignó haciendo un gesto negativo con la cabeza y, finalmente, le contestó a Martín que se fuera.
-Gracias tío. Eres un amigo. Mañana fregaré yo los baños.
-Si seguro que lo haces. Venga, vete ya, antes de que me arrepienta.
Ya en la calle, hizo un gesto de desagrado cuando la gigantesca persiana metálica chocó con el suelo. Estiró la espalda llevándose las manos a los riñones,  se subió la cremallera de la chaqueta hasta arriba, encendió un cigarrillo, vio cómo su reloj de muñeca marcaba las 06:00 de la madrugada y comenzó a andar. No dejaba de darle vueltas a todos los problemas que arrastraba su negocio desde hacía tiempo: había mil facturas que pagar, proveedores a los que aún se les debía dinero, sueldos de camareras pendientes, clientes de los que sospechaba que usaban su bar para trapichear con drogas, su compañero no rendía lo suficiente y le dejaba todo el trabajo duro a él. Comenzaba a cansarse de aquel bar.
Casi había amanecido ya cuando subió por las escaleras hasta la tercera planta del edificio para llegar a su casa. Metió las llaves en la cerradura y abrió la puerta para ver a María, que lo esperaba en braguitas y con la bata medio abierta mostrando uno de sus pequeños pechos.
-Buenos días, guapo. ¿Buscaba usted a alguien?- Preguntó asegurándose de que su novio le daba un repaso a su poca ropa.
Mario, cansado física y mentalmente, le dio los buenos días. Tiró la chaqueta en el sofá; bostezando, se quitó la camiseta; la cargó sobre su hombro y anunció que iba a darse una ducha antes de dormir.
María cerró la bata y sus piernas. No era la primera vez que la dejaba con las ganas de sexo tras toda una noche esperando.

 

EL VIERNES DE MARÍA

María se desveló desnuda en su cama. Miró los números naranjas del reloj-despertador de su mesita de noche y se sintió despierta. Despierta y sola. Aún era temprano para levantarse pero tarde para seguir durmiendo. Suspiró y acarició la parte de la cama que le correspondía a su novio, Mario, un camarero que conoció hace cinco años y al que cada día, por la incompatibilidad de sus horarios, veía menos a pesar de vivir juntos desde hacía ya tiempo. Se restregó las manos por la cara, comenzó a pensar en su novio y, lentamente, casi como un juego, las fue deslizando cuerpo abajo hasta llegar a su entrepierna. Pasados unos minutos de caricias, en su mente, la imagen de Mario fue sustituida por la de su novio anterior, y esta por la del modelo del anuncio de pantalones vaqueros cuya foto gobernaba una marquesina de la parada del autobús cerca de su casa.  Luego por la del desconocido con el que se cruzó la noche anterior por la calle y, finalmente, el juego terminó compartiendo con el repartidor de mensajería entre sus piernas un probador de los grandes almacenes donde trabajaba.
Ya había pasado suficiente tiempo sin que Mario le pusiera una mano encima. No pasaría de esa madrugada sin que su novio ejerciera como tal.
Se levantó tras recuperar el aliento, buscó sus braguitas en el suelo, se cerró la bata que había colgada tras la puerta y se fue a orinar al baño. La casa seguía en silencio y eso la excitaba.
En la cocina preparó la cafetera y dejó todo listo para hacerle el desayuno a Mario, ya que este solía llegar a casa hambriento, pero tan cansado que el sueño le ganaba y se iba a la cama sin comer nada. Dejó la bandeja en la mesa redonda de salón. Fregó los platos de la cena que comió sola la noche anterior, ya que su novio tuvo que ir a trabajar. Recogió algunas revistas que había por el salón, ordenó los botes de champú y gel que tenía en el baño y metió la ropa sucia del bombo en la lavadora, aunque no la conectó para no hacer ruido y molestar a los vecinos. Resopló, se aburría esperando, no sabía que hacer hasta que se le ocurrió estirar la sábanas y volver a hacer la cama.
Regresó a la cocina, sintió hambre, hambre física y sexual. Magdalenas con pepitas de chocolate. Abrió el paquete y mordisqueó una. Pronto el hambre física desapareció pero no el apetito sexual. Fue al baño, se lavó los dientes a conciencia, tenía tiempo antes de que Mario llegase. Finalmente volvió al salón, donde se sentó a esperar en unas de las sillas de la mesa redonda. Se miró y decidió dejar deshecho el nudo de su bata para que se le viera uno de sus pechos y así provocar la reacción en su novio.
Los minutos pasaban y la noche comenzaba a clarear. María empezaba a desesperarse. De repente, el sonido de la cancela del portal abriéndose lentamente y cerrándose de golpe, pasos que resonaban subiendo por las escaleras. Su respiración se hacía cada vez más fuerte y sus pensamientos se volvían más lujuriosos. La cerradura giró, la puerta se abrió y allí estaba el hombre que tenía que poseerla aquella mañana, el hombre que colmaría sus ganas de sexo. Abrió sus piernas y puso su cara gatuna.
-Buenos días, guapo. ¿Buscaba usted a alguien?- Preguntó estirándose sobre el respaldo de la silla para que su pecho quedase al descubierto.
Mario bajó la cremallera de su chaqueta de un tirón, la lanzó mal humorado al sofá dando los buenos días. Miró el desayuno sobre la mesa, el café humeante, las magdalenas con pepitas de chocolate, el pezón rosado de María, el azucarero de plástico. Se quitó la camiseta y se la colocó sobre el hombro como si fuera una toalla de playa.
-Estoy cansado, voy a darme una ducha y a dormir. Ha sido una noche dura y hoy será peor.
Desapareció por el pasillo. María cerró sus piernas, se anudó la bata y, con ganas de llorar, se llevó otra magdalena a la boca.
Pasados unos quince minutos fue arrastrando su desilusionada figura hasta el dormitorio, donde Mario dormía. Apoyada en el marco de la puerta terminó su segunda taza de café, mirando a su novio.


Hora y media más tarde estaba perfectamente uniformada en los grandes almacenes donde trabajaba.
-¿Y al final que harás?- Le preguntó su compañera de trabajo cuando el repartidor de mensajería, joven y macarra, desapareció mirando hacia atrás por encima de su propio hombro, guiñándole un ojo a María.
-Pues no lo sé. Ganas de salir de la rutina desde luego que no me faltan. Mario hace tiempo que llega tan cansado a casa que no me pone ni la vista encima.
-Pues ataca. Total, sólo se vive una vez y él más evidente no ha podido ser. Ni se ha cortado por estar yo delante - Le aconsejó su amiga.
-Lo sé. ¿Te has fijado? Le ha dado igual de todo. ¡Es tan borde!
Así era Sergio, un motero, con la cabeza rapada, largas patillas y una cicatriz en la ceja que el daba el aspecto de malo que gustaba a las mujeres. Lleva años trabajando como mensajero pero sólo un par de meses llevando la mensajería a aquellos almacenes. Desde el primer día se había fijado en María, en su pelo corto de corte moderno, en sus piernas bien formadas que le daban una altura considerable y en cómo poco a poco ella pasó de evitar mirarlo a hacerlo de reojo, para terminar sorprendiéndola mirándole el culo.
-Vamos, que si no lo quieres… ¡Para mí!
-Está bien. Lo llamaré.- Dijo María finalmente doblando cuidadosamente el papel donde Sergio le había apuntado su número de teléfono, sin apartar la vista de la puerta por donde se había marchado.


“No sé a qué hora volveré”, dijo Mario desde la puerta de casa antes de irse aquella tarde a trabajar.
-No te canses mucho - le deseo María sonriendo desde el sofá.
La puerta se cerró y una sensación eléctrica y cálida recorrió las piernas de la mujer desde la punta de los dedos de los pies hasta donde sus piernas pasaban a ser su tronco. Se sentía culpable por lo que esa noche iba a suceder, claro que sí, pero tampoco quería desperdiciar la vida dejando pasar nuevas sensaciones y aventuras. Hacía tiempo que Mario no la llenaba en ninguno de los sentidos. Tampoco quería hacerle daño a su novio y pensó en el refranero: “Ojos que no ven, corazón que no siente”. Y como ella no lo iba a contar y no quería que nadie la viera en ningún lugar, ni en compañía de otro hombre, decidió que lo más seguro era que Sergio fuera a su propia casa. A fin de cuentas,  Mario no llegaría hasta las seis o siete de la mañana del día siguiente. El plan era diabólicamente perfecto. Se levantó de un salto y corrió por el pasillo hasta su dormitorio donde, tras coger el papel con el número de teléfono, se tiró en la cama e hizo la llamada telefónica.

Un par de horas más tarde, el timbre de la puerta sonó y allí estaba él: pantalón vaquero gris ceñido, camiseta negra marcando músculos, chaqueta de cuero abierta y unos pendientes que brillaban con la luz de la lámpara del pasillo. Chulo y ¡borde!
Eran ya las 4:20 de la madrugada cuando Sergio salió de la ducha, dos botellas de vino y seis condones más tarde. María aún seguía rodando por la cama, hacía mucho que no la trataban así, que no le hacían sentir así, que no le hacían el amor así.
-Bueno, tengo que irme. -Dijo Sergio con el tono de un mecánico que le anuncia a su cliente que su coche ya está arreglado, iluminado por la anaranjada luz de la farola que entraba por la ventana, mientras guardaba en el bolsillo trasero de sus pantalones la navaja que siempre llevaba encima.
-Espera, quédate un poco más.- Pidió María saltando desde la cama y agarrándose a la cintura de su amante.
-No puedo, es tarde y mi novia me estará esperando en casa.
“Mi novia”. María no sabía que Sergio tenía novia. Aunque al principio le disgustó la facilidad con que los tíos les ponían los cuernos a sus novias, pronto cayó en la cuenta de que ella acababa de hacerle lo mismo a Mario y prefirió dejar de pensar en los sentimientos de culpabilidad y centrarse en los sentimientos de placenteros.
-Te acompaño al portal.- Le anunció soltándolo de la cintura.
Y siguieron besándose mientras María se vestía, mientras andaban por el pasillo chocando con cada cuadro, las tres plantas en ascensor y, cuando llegaron al portal y salieron a aquella madrugada, siguieron besándose bajo la tenue y anaranjada luz de la farola.



BRILLOS MORTALES DESPUNTAN AL ALBA

Mario, sin dejar de servir copas, no dejaba de vigilar los movimientos de aquel tipo que se pasaba horas entrando y saliendo del aseo de caballeros del 33. Lo hacía solo pero cuando entraba y salía siempre saludaba o se despedía de alguien, bien chocando las palmas de la mano lentamente, bien dándose un abrazo. No le gustaba, definitivamente estaba trapicheando con drogas dentro del local.
-Martín ¿Conoces  al carajote ese que está junto al baño?- Le preguntó seriamente a su compañero.
-¿La rubia del pantalón vaquero? - Contestó sin haber oído correctamente la pregunta.
-¡Déjate de hostias! Ese tipo de las gafas de sol en la cabeza.
-Si… Bueno, sólo sé que es cliente. Suele venir mucho. Me parece que  le dicen “El Madeira”
-¿El Madeira?
-Sí, será de allí. Es portugués - Respondió Martín sin darle mayor importancia al asunto.
-Pues el Madeira está vendiendo drogas aquí dentro y nos va a meter en un lío. No es la primera vez que lo pillo.
Los socios seguían en silencio poniendo copas sin dejar de vigilar al tipo de las gafas de sol en la cabeza. “Es verdad, está trapicheando” pensó Martín justo cuando un equipo de policías nacionales entró en el 33.
-¡Esto es una redada! ¿El encargado por favor?- Le preguntó a Mario el policía que parecía estar a cargo del operativo.
-Sí, soy yo - Respondió.
-Tenemos que registrar el local y al personal. Por favor, ¿puede apagar la música y mostrarme su DNI?
Un revuelo se armó cerca de la puerta y un par de policías impidieron que algunos clientes, entre ellos “El Madeira”, salieran del local.
-Claro - Colaboró Mario apagando el equipo de sonido, sabiendo que esa noche la policía cerraría su local.
-¡Esto es una redada policial! Por favor, todo el mundo contra la pared del fondo con el DNI en la mano. Colóquense los hombres en la parte izquierda y las mujeres en la parte derecha - Gritó otro policía.
Los clientes obedecieron de mala gana. Aún hubo algún borracho que intentó salir del local. A empujones, “El Madeira” fue llevado con el resto de clientes del 33 y, no por casualidad, fue el primero en ser registrado. Le hicieron vaciarse los bolsillos. No paraban de salir billetes y pequeñas bolsas con diferentes tipos de drogas. Prosiguieron con el registro del resto de clientes. Mario y Martín se sorprendieron de la cantidad de clientes que habían hecho negocios con Madeira.
-Señor Postigo - Dijo el jefe de la operación devolviéndole a Mario su DNI- Ya hemos terminado. Mañana deberá pasarse por comisaría para declarar.
-¿Yo? ¿Para declarar qué?- Preguntó Mario extrañado.
-Que usted no tenía conocimiento de que en su local se vendían drogas. ¿O acaso si lo sabía?
-¡Yo! ¿Qué coño voy a saber?- Mintió  Mario observando cómo le ponían unos grilletes al Madeira.
-Bueno. Pues mañana vaya a declarar como le digo. Por esta noche deberá cerrar el local.
Los clientes fueron saliendo. Ya en la calle, algunos se montaban en sus motos buscando seguir la marcha en algún otro bar cercano. Para otros, los que se iban montados a la fuerza en el furgón policial, la juerga había terminado.
Los camareros se apresuraron apagando las luces y cogiendo los abrigos. Dejaron la recaudación sin contar guardada en la caja fuerte, oculta tras un poster enmarcado dentro del almacén. Echaron una ojeada rápida al local para asegurarse de que habían cumplido con las funciones básicas al cerrar y salieron a la calle.

-Hay que joderse. No hemos podido ni limpiar la barra. Mañana estarán los vasos pegados y no habrá un dios que los deje limpios. - Protestó Martín, cruzado de brazos  mirando a su amigo.
-Bueno, al menos esta noche nos hemos librado de tener que limpiar los baños - contestó Mario levantándose con esfuerzo tras haberse puesto en cuclillas para echar el cerrojo de la persiana metálica.
-Algo bueno tenía que tener esto.
-Tampoco te alegres mucho. Mañana habrá que limpiarlos igualmente.
- Las redadas son una puta mierda - Protestó Martín nuevamente - Siempre pasa algo que te obliga a cerrar el bar y al final terminas perdiendo dinero. El día menos pensado te vendo mi parte y… ¡A tomar mucho por culo!
-Seguro que sí. Volverías a los dos meses, sin un duro y buscando trabajo - Replicó Mario estirando la espalda con las manos en los riñones-  Martín, estoy reventado. Me voy a casa a dormir y tú deberías hacer lo mismo.
-Las 4:15 de la madrugada. Bueno, creo que llamaré a Virginia, a lo mejor está aún despierta y le pego “un porracito”- Rebatió mientras miraba su reloj.
-Eres un cabrón. El día  menos pensado se entera Marta y te corta las pelotas.
-Venga. Descansa - Contestó Martín desoyendo el comentario de su socio.
-Hasta el martes.
-Adiós.

Mario le dio la espalda a su amigo y, subiéndose hasta arriba la cremallera de su chaqueta, comenzó a caminar calle abajo. Se levantó las solapas para combatir el frio de  la madrugada y escupió al suelo mientras intentaba dejar la mente en blanco. No tenía ganas de pensar en los problemas del bar: las facturas por pagar, los proveedores, los distribuidores, las multas… Ni siquiera quería pensar en la clienta rubia de pelo rizadísimo que le había propuesto tomarse una copa con ella en su casa y ver qué sucedía luego. Ni mucho menos en la redada. Sólo le apetecía llegar, ducharse y dormir. Se encendió un cigarrillo y continuó andando. Sonrió al pensar en lo sorprendente que era cómo funcionaba la parte caliente del cerebro de un hombre, cómo había conseguido dejar de pensar en el bar pero no lograba quitarse de la cabeza las enormes tetas de la clienta rubia.
Giró la última esquina del camino de vuelta a casa, lanzó lejos la colilla del cigarrillo y volvió a consultar la hora en su reloj: eran las 04:50. Observó cómo a lo lejos, bajo la luz de una  farola, se dibujaban las siluetas de dos personas. Mario continuó avanzando y observando las dos figuras que no dejaban de besarse. Prosiguió su camino sin desviarse. Ahora podía verlos bien…
…Y quiso morirse de dolor cuando descubrió que era su novia María con otro tipo. Un dolor que le oprimió el pecho. No se lo podía creer, ¡ella con otro! Comenzó a sudar. Se quedó petrificado frente a la pareja mirando cómo se besaba.

-Hija de puta- Murmuró incrédulo, lleno de dolor, rabia y pena.
Sergio, como camorrista que era, no se molestó en ver quién había insultado a su amante. Simplemente supo que un insulto en forma de susurro le había llegado al oído y con un manotazo en el pecho apartó a María, sacó su navaja e intentó hacerle un corte en la cara a aquel tipo que se divertía observando a parejitas dándose el lote. Mario hizo un gesto para esquivar el ataque pero no fue tan rápido como para salvarse. La navaja de Sergio se deslizó fría por la frente de Mario. Ahora, viendo a Mario herido, María reconoció a su novio y fue consciente de la situación en la que estaba envuelta. El camarero estaba tan dolido en el corazón y enfurecido que no sintió el dolor físico de su herida. Sacó su navaja del bolsillo trasero y los dos adoptaron una postura de combate, girando en círculos, lanzando navajazos al aire. La noche estaba fría.
Mario hirió levemente en la mano a Sergio produciéndole un corte sin importancia.
-¡Mario!- gritó María. El novio la miró incrédulo. Pensó que ella prefería que toda la sangre que esa noche se iba a derramar fuera de él en lugar de la de aquel macarra. Sergio se cambió la navaja de mano y se lanzó contra Mario, que aún seguía triste y perdido en sus pensamientos en mitad de aquella mortal pelea. La navaja de Sergio se clavó mortalmente en el pecho de su rival que, en mitad de la noche y a los pies de María, quedó arrodillado. El asesino no dijo nada. Sólo jadeaba, vendándose la herida de la mano con un pañuelo, mirando cómo a Mario se le iba la vida por un hilo de sangre que salía por su boca. María se arrodilló junto a su mal herido novio. No oyó cómo las suelas de las botas de Sergio resonaban en el asfalto cuando este se dio a la fuga.
Las fuerzas, el aire y la vida abandonaron a Mario Postigo con su último estertor mientras su novia era testigo, al alba de aquel nuevo día, cerca del portal de su casa.


-------------------------------------------------------------------------------------------------------
*(1) VAMOS A LA CAMA: Sintonía del programa de televisión "La Familia Telerín" que anunciaba la hora en la que los niños pequeños debían irse a dormir al comenzar la programación para adultos.