miércoles, 4 de mayo de 2016

TELEQUINESIA



Muchas veces pienso en la necesidad continua de evolucionar que tienen las personas para no quedarse obsoletas. El tener que estar siempre a la última para tener esa versión “2.0”  que te haga no perder el tren de ciertos acontecimientos y que te permita destacar sobre el resto de personas. No lo veo como una competición, ni una necesidad de ser superior a alguien, lo veo más como una necesidad de no estancarse.
Telequinesia, en cierto modo habla de eso mismo. De cómo cuando tienes un “Don” a la gente le da igual porque eres especial pero si ese mismo “Don” lo tuviera todo el mundo dejarías de ser mágico…


TELEQUINESIA 








Telequinesia o telequinesis:
(De tele- y el gr. κίνησις, movimiento).
1. f. Desplazamiento de objetos sin causa física, motivada por una fuerza psíquica o mental.


CAPITULO 1


Se pasó varias veces el peine por el cabello negro para asegurarse de que no había ningún pelo fuera de su sitio. La raya en el lado izquierdo dividía su cabellera en dos sectores simétricos y peinados diagonalmente hacia atrás como un campo recién arado listo para ser sembrado. Un poco de perfume, su grueso anillo de oro con forma de cabeza de carnero, zapatos brillantes puntiagudos y su gabardina negra ocultando un jersey oscuro de cuello de cisne. Estaba listo para salir de casa.
Era alto, delgado y con una mirada bastante misteriosa lo que provocaba al mismo tiempo miedo y atracción entre las mujeres que aguardaban cola para entrar en Telequinesia, el bar de moda del Grenwich Village.

El Telequinesia era un local nuevo, lo habían abierto aquella primavera del 77 y rápidamente se llenó con la flor y la nata de la ciudad de New York: Actores, cantantes, deportistas, pintores y todo tipo de artistas… Para entrar en el Telequinesia, donde la droga en los baños corría más rápida que las copas en la barra, debías ser famoso o amigo de algún famoso.

El tipo que tenía delante en la cola no era nadie y él tampoco. Vio como intentaba sobornar al portero de la sala infructuosamente. Cuando llegó su turno, sin sacar las manos de los bolsillos de su gabardina miró fijamente a los ojos del portero. Era un tipo alto, con la cara cuadrada y una larga coleta que formaba bucles conforme le caía sobre la espalda. – Vengo a tomarme una copa- Le dijo. Tras dudar unos segundos, la voz con acento ruso del hombre de la coleta le invitó a pasar mientras quitaba la cadena envuelta en terciopelo que impedía el paso al interior del local.

Sin sacar las manos de los bolsillos avanzó lentamente por el suelo de baldosas transparentes de diferentes colores hacía la barra del bar mientras que contemplaba la decoración del local, las vestimentas y bailes de los que allí se encontraban.
-¿Qué quieres tomar, colega? – Le preguntó la camarera mientras colocaba un posavasos de cartón en la barra.
-Acércate a mí.
- ¿Qué dices, tío?
-Acércate… Te voy a transmitir a través del pensamiento lo que quiero.
-¿Estas de coña? ¿Quieres que llame al portero?
-No, no quiero que hagas eso. No es lo que te he dicho que hagas. Quiero que te concentres en mí. Te va a llegar una información y cuando la descifres sabrás que copa debes ponerme- Dijo él seriamente haciendo que la camarera entrase en su juego mientras la sujetaba de una muñeca.
-Quieres… Un... Vodka de Absolut… con una... rodaja de lima.-  Creyó entender la camarera llena de dudas.
-No. Quiero una botella de agua mineral Perrier, con un solo cubo hielo… En el vaso donde servís el vodka.- Le corrigió mientras soltaba la dolorida muñeca.

Buscó una mesa sola, lo que fue bastante fácil ya que el lugar aún no estaba repleto, situada frente a la barra y dejó el vaso y la botella sobre los posavasos que la camarera le entregó. Se quedó mirando las ondas que se producían en su bebida con cada golpe musical que salía del altavoz. Pensó en el vaso de vodka y en cómo parte de su mensaje había entrado en la mente de aquella camarera que seguramente estudiaba en alguna escuela de danza de la zona.
La canción cambió y Blondie cedió el paso a The Clash mientras que se abría la puerta del baño y una mujer salió tocándose la nariz al tiempo que se pasaba el dedo índice por las encías.
La mujer se paró a hablar con la camarera, las dos parecían disfrutar de la conversación. Vestía un traje azul con lentejuelas que reflectaban las luces de la pista, la espalda al descubierto dejaba intuir donde empezaba su bien formado trasero cuando un dedo frio recorrió suavemente su cuerpo desde la nuca hasta el final de su vestido. Se giró violentamente para ver quién podía haberla tocado.  Se enfadó cuando no vio a nadie lo suficientemente cerca como para haberla tocado, aunque observó al hombre engominado sentado a unos cinco metros, con su botella de agua abierta, un dedo índice jugueteando con el único bloque de hielo que había en su vaso, una pierna cruzada sobre la otra y mirándola fijamente. Se tocó la espalda y pudo sentir gotas de agua al final de la misma. El hombre la sonrió en la distancia. Aquella situación la hizo sentirse incómoda. Se dio la vuelta y prosiguió la conversación con su amiga, aunque ya no parecía disfrutar tanto.
El dedo siguió jugueteando con el cubo de hielo, dándole golpecitos, cada vez más fuertes hasta que finalmente consiguió hundirlo en el fondo del vaso. Pasó las yemas de los dedos por la superficie del agua y el cubo volvió a  emerger.

Una mano fría se deslizo por el interior de los muslos y continúo por encima de los glúteos, jugueteando con las lentejuelas azules del vestido. Volvió a girarse pero allí seguía sin haber nadie salvo aquel misterioso hombre que le sonreía, sentado en el sillón, jugueteando con su vaso de agua.
Se quedó girada hacia él, esperando a ver que hacía, molesta, sorprendida.  Había algo en él que la provocaba de forma sexual y no entendía cómo, por qué o qué era.

Desde el sillón, tranquilamente, observaba a la mujer. Chupó su dedo anular y lo sumergió nuevamente en el agua, haciendo que la mujer diera un pequeño salto hacia atrás y apretase sus piernas. El dedo siguió buceando y moviendo el hielo, provocando que este chocase con los bordes del vaso de cristal. La mujer apretó la gomaespuma del borde de la barra y clavó sus uñas azules en ella dejando que aquella fuerza extraña volviese a separar sus piernas.
El dedo comenzó a moverse cada vez más deprisa provocando un maremoto de Perrier en el vaso y una sensación de placer en la mujer que cerró los ojos y se mordió el labio inferior. Los círculos dentro del vaso cada vez eran más y más pronunciados y las piernas de la mujer comenzaron a flaquear hasta que parte del agua rebosó del vaso salpicando la mesa donde aquel hombre se sentaba y el suelo que la mujer pisaba.
Se limpió el dedo con una servilleta de papel, dejó de sonreír. Se levantó de la mesa, dejando el agua sin beber y con paso decidido salió del local sin mirar a la mujer.
Durante meses la mujer del vestido azul no faltó ni un solo sábado al Telequinesia, buscando a aquel misterioso hombre, preguntando al portero con acento ruso y coleta, a su amiga camarera, a las bailarinas que estaban trabajando en las altas tarimas del local pero nunca volvió a verle.


CAPITULO 2


El aire acondicionado del Telequinesia llevaba varias semanas averiado y aquel verano del 2052 estaba siendo especialmente caluroso.
Aquel local había dejado de atraer a las estrellas del cine pero no a los borrachos y drogadictos de la zona que iban allí a hacer sus negocios.
Había sido reformado varias veces, casi tantas como cambios de dueños había tenido y cada cambio era a un peor que el anterior. Las paredes estaban llenas de desconchones, el suelo solo se barría los lunes. Era de un mármol que ya estaba picado y gris por el paso del tiempo. La música que se oía era un nuevo sonido compuesto a base de capturas en diferentes fábricas de construcción: Martillos neumáticos, tornos, puertas hidráulicas…
En esos años el cerebro de las personas había evolucionado. Desde pequeños a los niños en el parvulario se les enseñaba no solo a leer y a escribir sino a mover objetos con la mente y a comunicarse con el pensamiento. Al principio aprendían a mover pequeñas pelotas de colores, luego osos de peluches de mayor tamaño, hasta que finalmente podían hacer que los libros de las estanterías de la biblioteca de la universidad viniesen a su mesa para poder estudiar.
Desafortunadamente el consumo de alcohol y de drogas había hecho que una de las mejores generaciones humanas se echase a perder.

En el Telequinesia los cuerpos se balanceaban sobre sus propios pies que parecían estar clavado al suelo, dando la sensación de estar sostenidos por muelles. El dinero volaba desde la mano de los drogadictos que creían estar bailando hasta el de las camareras que servían las copas y las mandaban por el aire a sus dueños. Nadie hablaba, solo se miraban a los ojos. Unos ojos inexpresivos pero que contradictoriamente eran capaces de transmitir conversaciones, lentas y pausadas pero conversaciones al fin y al cabo.
Moviendo sus hombros de izquierda a derecha al ritmo de la música y con la espalda apoyada en una sucia columna forrada con anuncios de antiguos conciertos, un joven medio zombi que sujetaba una bebida de color rojo. Recorrió con la mirada a todas las mujeres del local. Se detuvo en ella.
Estaba de espaldas a él, borracha y drogada. Se reía de forma estridente y cada vez que se movía dejaba ver parte de su ropa interior. Sin importarle nada saco de su pequeño bolso una bolsa llena de pequeño tubos transparentes con tapones negros. Cogió uno y guardó la bolsa. Desenroscó el tapón del tubo, lo apretó contra su delgado cuello y un líquido verde comenzó a formarse dentro del tubo. Dejó los ojos en blanco durante unos segundos. Cuando regresó al mundo de los vivos lanzó una risotada aún más fuerte que la anterior y empezó a sangras por las uñas. Las gotas iban pringando el suelo. Mientras que sus amigas se alegraban por la ingestión de aquella droga.

Desde la columna el joven de la bebida roja apretó fuertemente su vaso y pasó la lengua por el borde del mismo mientras que se acariciaba la entrepierna.

La mujer del pequeño bolso se pasó la mano por la zona del cuello que había quedado erosionada, rojiza y con un punto de sangre roja en el centro y sintió la humedad de una sucia y pestilente lengua. Se miró extrañada la mano llena de babas y pequeñas gotas de sangre. Buscó entre los hombres del local quien había podido atacarla de aquella manera tan lasciva y cobarde. Clavó sus ojos en el joven alcoholizado de la columna y con un simple gesto de sus ojos que dejaban ver unas pequeñas venas rojas consiguió que la cabeza del joven chocase violentamente contra la columna haciéndole perder el sentido y caer al suelo.

Mientras el resto de zombis seguía bailando al ritmo de los soldadores, las válvulas, y los motores de explosión y el dinero y las copas flotaban en el aire.