Llevaba
tiempo preguntándome cuál de las pequeñas historias que tengo en la cabeza
sería la próxima. Al final me he decidido por esta sobre el espacio exterior y
¿por qué? Simplemente porque llevo dos o tres días en los que los planetas se
han “alienado” para que solo vea
cosas en la televisión sobre extraterrestres y vida en otros planetas.
Esta no es una de mis historias al uso, con un principio, un nudo y un desenlace. En este escrito me he traicionado a mí mismo con algo que suelo criticar, y con bastante dureza, y son los escritos, tanto en prosa como en poesía, sobre las propias reflexiones y, como es una composición a la que no le doy mucha importancia, tampoco se la he dado al título y la he llamado así, que es una anécdota sacada de una historia que oí una vez.
Esta no es una de mis historias al uso, con un principio, un nudo y un desenlace. En este escrito me he traicionado a mí mismo con algo que suelo criticar, y con bastante dureza, y son los escritos, tanto en prosa como en poesía, sobre las propias reflexiones y, como es una composición a la que no le doy mucha importancia, tampoco se la he dado al título y la he llamado así, que es una anécdota sacada de una historia que oí una vez.
MAGDALENAS CÓSMICAS
Al
llegar a casa todo está oscuro, no enciendo la luz, solo pulso el botón rojo
del mando a distancia de la televisión y dejo que las luces que producen los
rayos catódicos iluminen la sala con tonos azules y oscuros. El canal musical
emite el video de la canción Lady Blue de Enrique Bunbury.
Abro el mueble bar y saco un vaso grande de cristal, está caliente. Al abrir el congelador una sensación helada me refresca, respiro hondo aunque el aire no sea puro y venga cargado con olor a pescado. La cubitera está atrapada por una roca de hielo. Me peleo para poder liberarla y gano. Vacío media cubitera en el vaso y los hielos comienzan a resquebrajarse, me gusta ver el efecto de las diferentes temperaturas. Pronto el vaso se vuelve traslucido por la acción del frio y oigo cómo Andrés Calamaro canta unos versos sobre el fuego sobre la superficie lunar.
Al abrir la nevera siento la potencia de los imanes cerrando la puerta herméticamente para conservar los alimentos, oigo el tintineo de las botellas de cristal chocando unas contra otras. La sala se tiñe con una suave luz anaranjada, como la del amanecer de las mañanas de verano, primero solo un pequeño haz de luz que choca contra el mando de aluminio brillante del grifo del fregadero produciendo pequeños destellos, luego la luz se va expandiendo y cubriendo gradualmente los pequeños rincones y aparatos de la cocina. La cafetera y el exprimidor proyectan sombras que escalan por los azulejos de la pared y la luz amarillenta ilumina la encimera de frío mármol reflejándose contra el techo. Abro la botella de refresco de cola y siento la explosión de gas en su interior, al perder presión se deforma adoptando la forma de mi mano. La coloco sobre el vaso y, lentamente, para que no rebose, dejo que el vaso se vaya llenando. El cristal se vuelve oscuro, coronado por una espuma de color marrón claro. Paro justo antes de que el vaso se colme. Me coloco sobre su vertical con los ojos lo más cerca posible del borde del vaso y espero que comience el espectáculo. La espuma marrón se diluye y mil burbujas emergen desde el fondo hasta la superficie, ver eso siempre me recuerda el momento en el que el Halcón Milenario pasa a la velocidad de la luz. Las burbujas cesan y con algo de decepción por el fin del espectáculo le doy un trago al refresco. Me giro para subir el volumen de la televisión antes de salir a la terraza, pero la canción me hace detenerme, ahora son los U2 los que cantan:
Abro el mueble bar y saco un vaso grande de cristal, está caliente. Al abrir el congelador una sensación helada me refresca, respiro hondo aunque el aire no sea puro y venga cargado con olor a pescado. La cubitera está atrapada por una roca de hielo. Me peleo para poder liberarla y gano. Vacío media cubitera en el vaso y los hielos comienzan a resquebrajarse, me gusta ver el efecto de las diferentes temperaturas. Pronto el vaso se vuelve traslucido por la acción del frio y oigo cómo Andrés Calamaro canta unos versos sobre el fuego sobre la superficie lunar.
Al abrir la nevera siento la potencia de los imanes cerrando la puerta herméticamente para conservar los alimentos, oigo el tintineo de las botellas de cristal chocando unas contra otras. La sala se tiñe con una suave luz anaranjada, como la del amanecer de las mañanas de verano, primero solo un pequeño haz de luz que choca contra el mando de aluminio brillante del grifo del fregadero produciendo pequeños destellos, luego la luz se va expandiendo y cubriendo gradualmente los pequeños rincones y aparatos de la cocina. La cafetera y el exprimidor proyectan sombras que escalan por los azulejos de la pared y la luz amarillenta ilumina la encimera de frío mármol reflejándose contra el techo. Abro la botella de refresco de cola y siento la explosión de gas en su interior, al perder presión se deforma adoptando la forma de mi mano. La coloco sobre el vaso y, lentamente, para que no rebose, dejo que el vaso se vaya llenando. El cristal se vuelve oscuro, coronado por una espuma de color marrón claro. Paro justo antes de que el vaso se colme. Me coloco sobre su vertical con los ojos lo más cerca posible del borde del vaso y espero que comience el espectáculo. La espuma marrón se diluye y mil burbujas emergen desde el fondo hasta la superficie, ver eso siempre me recuerda el momento en el que el Halcón Milenario pasa a la velocidad de la luz. Las burbujas cesan y con algo de decepción por el fin del espectáculo le doy un trago al refresco. Me giro para subir el volumen de la televisión antes de salir a la terraza, pero la canción me hace detenerme, ahora son los U2 los que cantan:
“…Volar los cielos amistosos
A través de aparatos de la ciencia
Tenemos que el anillo de confianza
Y no tengo ninguna brújula
Y yo no tengo mapa
Y no tengo razones
No hay razones para volver
Y no tengo ninguna religión
Y yo no sé qué es lo que
Y no sé el límite
El límite de lo que tenemos…”
Salgo y
me tumbo bocarriba sobre el césped artificial que aún está recalentado por la
luz solar, aunque ya sean casi las dos de la mañana. Me fijo en que el delgado
y largo tubo que sostiene la antena de Televisión está pintado de blanco justo
hasta donde termina la pared y que al mezclarse con la oscuridad del cielo
nocturno me cuesta seguir su recorrido hasta el final. Me paro a analizar la
cantidad de antenas de todas las formas y tamaños, cables, repetidores y parabólicas
orientadas hacia todos los lugares que hay sobre mi tejado. Un avión cruza
entre dos antenas, está lejos, no oigo su sonido, solo veo sus luces
intermitentes rojas. Viaja rápido y recto. ¿Hacia dónde irá? Siguiendo su
recorrido llego hasta un cercano y grueso cable que une una de las antenas de
mi azotea con otra de otro edificio. ¿De qué será ese cable? ¿Qué información
llevará? Qué antiguo me parece en estos días un cable tan grueso. Ahora,
rodeando el planeta tierra, debe haber mil satélites que lleven la misma información,
pero de forma más rápida y con mejor señal, de la que lleva ese cable. Cierro
los ojos e imagino que atravieso una nebulosa, nubes verdes, frías y espesas,
como la aurora boreal vista desde Islandia, que mágicamente dividen el cielo en
colores rosas y violetas, y luego una
lluvia de asteroides. Cuando el espacio se despeja puedo oír los repetitivos BIP-BIP
de la información viajando a través del espacio, un código binario que nunca he
conseguido entender. Imagino miles de letras verdosas agrupadas formando
enormes paredes de información que viajan de un lado a otro y en todos los
planos, en todas las direcciones. Ondas binaurales que transportan miles de
fonemas, notas musicales, palabras, todo el sonido del planeta. Letras y unos y
ceros que leídos y traducidos debidamente se transforman en imágenes y en
sonidos, y veo a un enfurecido Donald Trump gritando con su traje azul y
corbata roja, un leopardo corriendo rítmicamente por la sabana africana,
Fernando Alonso siendo adelantado en una curva mientras maldice, Robbie
Williams sosteniendo un premio dorado lanzando un mensaje de agradecimiento por
video conferencia mientras su imagen se pixela haciendo que la voz no concuerde
con el movimiento de sus labios, una brillante y transparente medusa abriéndose
y cerrándose mientras va expulsando algún líquido para impulsarse en un mar tan
oscuro como el cielo, antiguos indios aztecas adorando a una pirámide escalonada
mientras el sol proyecta la sombra de una serpiente descendiendo por los
escalones del templo, Leonardo Di Caprio con una camisa de manga corta blanca
abierta mientras que, a través de un micrófono, grita algo acerca de llevar a
su compañía hasta la maldita estratosfera. Veo a terroristas árabes corriendo
hacia la puerta de un cuartel haciendo estallar cargas explosivas ocultas en
sus ropas, Ángela Merkel calmada, dando un discurso sobre restricciones
monetarias con el icono de la CNN sobre su cabeza, una gigantesca sierra redonda
dándole forma al tronco de un árbol, Zidane vestido del Real Madrid empalmando
un balón caído del cielo, el transbordador Challenger estallando en una gigantesca
bola de fuego y el Apollo XIII subiendo
y subiendo hasta desaparecer en el cielo. Y todo eso está tan lejos que vuelvo
a recordarme que cuando veo al sol morir en el atardecer, realmente sucedió tan
lejos que cuando me di cuenta ya había ocurrido hace siente minutos. Vuelvo a
subir al espacio exterior para pensar en lo lejos que está el sol y reflexiono
sobre si realmente estamos solos o no en este universo y es justo entonces
cuando desde la televisión David Bowie comienza a cantar:
“Hay
un hombre de las estrellas esperando en el cielo
Le gustaría venir y encontrarse con nosotros
Pero cree que nos haría perder la cabeza
Nos dijo que no las haría volar
Porque sabe que es todo lo que vale la pena.
Él me dijo: deja a los niños perderla la cabeza,
Deja a los niños usarla la cabeza,
Deja a los niños bailar”
Le gustaría venir y encontrarse con nosotros
Pero cree que nos haría perder la cabeza
Nos dijo que no las haría volar
Porque sabe que es todo lo que vale la pena.
Él me dijo: deja a los niños perderla la cabeza,
Deja a los niños usarla la cabeza,
Deja a los niños bailar”
Y pienso
en la extendida creencia hecha oficial de que en caso de tener vecinos interplanetarios estos sean
infinitamente más avanzados que nosotros y que su único propósito sea colonizarnos
y hacernos sus esclavos. Pero ¿Y si no
fuera así? ¿Y si hubiera otras formas de vida extraterrestre que nos enseñasen
algo nuevo y bueno, algo que nos mantuviera unidos y en paz unos con otros en lugar de contra otros o si existieran pero
nosotros fuésemos sus colonizadores y cuando los encontrásemos ellos aún
estuvieran viviendo su particular edad de las cavernas?
------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Gracias a David Bowie y
al Mayor Tom, fuente de inspiración en estos días.