Vamos a viajar en el tiempo a la Austria de la II
Guerra Mundial. Vamos a convertirnos en unos “Auténticos Malditos Bastardos”
El pasado invierno encontré de casualidad un magnifico y entretenidísimo documental sobre una misión secreta de la segunda guerra mundial. La historia de aquellos hombres me pareció tan increíble y fascinante que rápidamente me puse manos a la obra. Cuando escribo algo basado en hechos reales me gusta documentarme, buscar en internet la información oportuna que le dé a los relatos ese punto de veracidad, diría que ese punto de investigación incluso me divierte y creo que con este relato he hecho un buen trabajo.
En un principio solo he querido contar esa parte
final de aquella misión secreta pero creo que en un futuro y, posiblemente,
dependiendo de la reacción de los lectores
muy probablemente escriba la historia entera de aquella misión tan
fundamental para el término de la II Guerra Mundial.
Así que ya sabéis, poneos el uniforme y vámonos a liberar
Europa.
OPERACION GREENUP
(Capítulo experimental)
(Capítulo experimental)
Salió caminando del sendero de tierra hasta llegar a
la carretera principal, sorprendido por la espesa niebla de aquella madrugada.
Un clima realmente inusual para aquella época del año en la que se encontraba.
Apenas podía ver los arboles del otro lado de la carretera pero tras meses de
misión en aquel pueblo sabía ya cuantos pasos dar y en qué dirección darlos
para llegar a cualquier sitio.
Cuando llegó al pueblo continuó calle arriba. Sus
brillantes botas negras, que apenas se habían manchado durante aquel trayecto, resonaban
fuerte al pisar sobre las calles empedradas y húmedas por el rocío de la noche.
Sin dejar de caminar, tocó el bolsillo superior izquierdo de la chaqueta de su
uniforme de oficial alemán y luego el derecho pero no encontró el paquete de
cigarrillos. Detuvo su marcha y comprobó los bolsillos de su pantalón pero allí
solo halló una pequeña caja de cerillas. Insatisfecho, se lamió los labios para
paliar las ganas de fumar y continuó caminando disgustado hasta alcanzar la
plaza. Pasó frente a la cafetería pero aún no estaba abierta, como tampoco
estaban abiertas ningunas de las cantinas, ni tiendas de comestibles. Consultó
su reloj, aún era temprano. Miró el cielo de Innsbruck, aún no había amanecido
y él y ya llevaba despierto casi dos horas. En la calle no había nadie. Podía
intuir entre los espesos bancos de niebla la tenue luz anaranjada de las
farolas que seguían encendidas.
Atravesó la plaza siguiendo la misma ruta que traía
desde que salió de casa y giró a la derecha. Se paró en seco en el callejón que
aquella mañana se le antojaba diferente aunque nada en él hubiese cambiado y
contempló cansado las banderas rojas con la cruz gamada que pendían pesadas y
gruesas sobre las paredes de aquel lugar. Aquella guerra parecía no llegar
nunca a su fin y aquél fin en gran parte dependía de él. Llevaba meses
vistiendo como ellos, comiendo como ellos, actuando como ellos pero su misión como
espía no daba los frutos esperados. Se adentró en el callejón y advirtió como a
su paso parte de una cortina se abría tras el cristal de la ventana. Cuando
giró la cabeza enérgicamente la cortina se cerró de golpe y continuó su marcha
por el largo y estrecho callejón. Pensó que aquel sería un buen lugar para
tenderle una trampa a un miembro de las SS y por primera vez sintió miedo ante
la posibilidad de caer en tierras ocupadas a manos de civiles en vez de por el
fuego de algún soldado alemán que lo descubriese. Pronto cayó en la cuenta de
que ningún vecino de aquel pueblo estaba lo suficientemente armado de valor como
para emprender aquella acción. Prosiguió la marcha, las farolas de la calle
comenzaron a apagarse y volvió a querer un cigarrillo.
Llegó a la avenida principal y se esforzó por ver
entre la espesa niebla la corta escalera de mármol de la puerta de la estación
de trenes. Se dirigió hacia el edificio y subió pesadamente los escalones,
pensando en las veces que había hecho ese mismo recorrido sin llegar a
obtener ningún tipo de información que
mandar a Estados Unidos. Sus ánimos iban decreciendo mañana tras mañana y aquella
mañana la primavera en aquel lugar no parecía diferenciarse del invierno. Atravesó
las puertas de madera y sus pies resonaron fuerte sobre el suelo de mármol. Caminó
por la gran sala que aún tenía las ventanillas para la venta de billetes cerradas.
Justó antes de bajar las escaleras que conducían a los andenes seis jóvenes
soldados alemanes que caminaban en formación se cuadraron ante él y le
saludaron sin detener sus pasos.
-Heil Hit...
-Heil Hitler.- Contestó antes de que los soldados terminasen su frase para abreviar su estancia frente al grupo.
-Heil Hitler.- Contestó antes de que los soldados terminasen su frase para abreviar su estancia frente al grupo.
Abajo, la niebla era un más espesa y las luces de
los andenes seguían encendidas. Algo le pareció extraño en aquella mañana, todo
le inquietaba. Se giró y miró a la izquierda pero no vio nada inusual. Solo
algunos árboles y farolas que se interponían a la niebla. A su espalda unas
risas le distrajeron de su vigilancia. Se volvió y quedó petrificado ante la
visión que se presentaba ante sus ojos. Unos veinte trenes resguardados dentro
del túnel de la estación, con su potente haz de luz delantera penetrando sobre
la niebla, cortándola como si fuera el fuego de un cañón recién disparado. Los trenes estaban siendo cargados con
gigantescas cajas de madera cuyos costados habían sido marcados a fuego con
esvásticas.
Por fin. El momento que tanto ansiaba había llegado.
La información que esperaban desde hacía meses en el bando aliando estaba a su
alcance. Las manos le temblaron y observó su alargada sombra proyectada contra
la pared por las luces de los trenes. La seguridad dentro del túnel parecía
extrema aunque desde su punto de vista
él era el oficial de mayor rango en aquella estación. Sin duda aquel cargamento
era demasiado importante para hacerlo a la vista de la población civil aunque
esta estuviese bajo la extrema vigilancia de los soldados. Continuó observando como todo tipo de cañones
y tanques ligeros iban siendo cargados en aquellos vagones y eran recubiertos
con gruesas lonas verdes. A veinticinco metros de los trenes, junto a una
montaña de cajas de munición apiladas en forma de pirámide egipcia dos soldados
compartían risas y cigarrillos mientras que cumplían su función de vigilancia.
Era el momento de actuar.
Se quitó la gorra de plato, se peinó el cabello
hacia atrás, tragó saliva y con ella el miedo y el temblor que recorría su
cuerpo. Se ajustó el uniforme con un fuerte tirón de la parte baja de la
chaqueta que hizo que esta se estirase completamente bajo el cinturón. Comenzó
a andar hacia la pareja de soldados con grandes y decididas zancadas. Cuando
estuvo a ocho metros de los soldados los señaló estirando su brazo derecho,
apuntándoles con el dedo índice y sin dejar de acercarse a ellos comenzó a
gritarles en alemán:
-¡Ustedes panda de locos! ¿Qué creen que están
haciendo? ¿Cómo se les ocurre encender un cigarrillo cerca de la munición?
¿Acaso quieren que volemos todos por los
aires?
-Lo siento Mein Obersturnmführer, ¡Larga vida al fürer! ¡Por un Reich de mil años!- gritaron los soldados sorprendidos esperando un severo castigo ante la pasividad y relajación con la que estaban desempeñando su cometido.
-¿Qué se suponen que están haciendo?- Les volvió a gritar sin devolverles el saludo.
-¡Estamos vigilando!- Contestó el más bajo de los dos soldados.
-¿Vigilando? Yo llevo más de diez minutos vigilándoles a ustedes con un arma en el cinto. Podría haberles pegado un tiro a cada uno si fuera un espía americano, estúpidos.- Contestó haciendo el ademán de sacar la pistola que colgaba de su cinturón.- ¿Qué se supone que están vigilando?- Insistió con el interrogatorio.
-Lo siento Mein Obersturnmführer, ¡Larga vida al fürer! ¡Por un Reich de mil años!- gritaron los soldados sorprendidos esperando un severo castigo ante la pasividad y relajación con la que estaban desempeñando su cometido.
-¿Qué se suponen que están haciendo?- Les volvió a gritar sin devolverles el saludo.
-¡Estamos vigilando!- Contestó el más bajo de los dos soldados.
-¿Vigilando? Yo llevo más de diez minutos vigilándoles a ustedes con un arma en el cinto. Podría haberles pegado un tiro a cada uno si fuera un espía americano, estúpidos.- Contestó haciendo el ademán de sacar la pistola que colgaba de su cinturón.- ¿Qué se supone que están vigilando?- Insistió con el interrogatorio.
Los soldados
enmudecieron confusos, entendiendo que la pregunta del oficial era
retórica y que no merecía contestación. Algunos de los solados que, en la
lejanía, cargaban las cajas en el tren dejaron de trabajar y se preocuparon por
la escena que estaba teniendo lugar en aquel andén.
-¿Qué están mirando? ¿Acaso están esperando a que
sea yo el que suba esas cajas al maldito tren?- Les vociferó desde la lejanía.
Los soldados volvieron a sus labores de carga sin prestan más atención.- Y
ustedes dos ¿Van a decirme de una vez que están vigilando?- Les volvió a
preguntar a los vigilantes en un tono más comedido para no llamar la atención
de algún mando que hubiese por la estación.
-Los… Los trenes.- Contestó el soldado más alto.
-Maldito, estúpido. Ya sé que son los trenes. ¿Quiere hacerme enfadar?, ¿Cuántos trenes son? ¿Qué llevan y a dónde lo llevan?- Replicó acercando su cara a la del soldado.
-Los… Los trenes.- Contestó el soldado más alto.
-Maldito, estúpido. Ya sé que son los trenes. ¿Quiere hacerme enfadar?, ¿Cuántos trenes son? ¿Qué llevan y a dónde lo llevan?- Replicó acercando su cara a la del soldado.
Los vigilantes continuaron callados y se miraron de
reojo.
-¡Maldita sea! ¿Van a darme esa información o me van
a hacer ir hasta el puto tren para asegurarme de que están haciendo bien su
trabajo?- Insistió con el soldado alto gritándole lleno de ira fingida.
-Veintiséis trenes, cargados con cañones Nebelwerfer
41 y 42, Tanques SD.KFZ 222, tanquetas FLAK 38 y cajas de munición para las MP
28, MP38 y MP40 destinado a abastecer a las líneas de fronterizas situadas en Basilea- contestó su
compañero el pequeño.
-Y el V2- Concluyó el inventario su compañero.
-Y el V2- Concluyó el inventario su compañero.
La información se quedó durante unos segundos en el
aire, hasta que finalmente Frederick reaccionó. Buscó con la mirada cual podría
ser el vagón que contuviese el misil pero, en la distancia, todos parecían
iguales. Observó deseoso como sobre las cajas de madera, descuidada, se encontraba
la hoja de inventario de aquel cargamento.
-¿Aun están aquí esos trenes con el V2?- Continuó
con su actuación en un tono sorprendido e incrédulo. -¡Deberían haber salido
esta madrugada! Nuestros soldados llevan esperando ese arsenal desde hace
semanas y ustedes están aquí riendo y fumando. Lerdos vayan a ayudar a cargar
ese tren ahora mismo o les juro que el próximo cargamento lo vigilaran en la
estación de Minsk.- Les gritó mientras que les ponía sobre los brazos una de
las cajas para hacerles ver la urgencia del envió.
Los soldados se sonrojaron aún más y volvieron a
tragar saliva- ¡A la orden Mein Obersturnmführer!- Saludaron mientras se dirigían a
paso ligero hacia el tren cargados con alguna de las cajas.
-¡Soldados!- Volvió a gritar y a hacer que volvieran
con un gesto.
-¿Si?
-Dejen aquí sus cigarrillos. Son capaces de destruir el arsenal antes de que llegue a su destino.
-¡Jawohl!- Dijeron los soldados a la vez mientras que sacaban un paquete de cigarrillos de sus bolsillos y los dejaban junto a la tablilla de inventario temerosos de ser destinados al frente ruso.
-¿Si?
-Dejen aquí sus cigarrillos. Son capaces de destruir el arsenal antes de que llegue a su destino.
-¡Jawohl!- Dijeron los soldados a la vez mientras que sacaban un paquete de cigarrillos de sus bolsillos y los dejaban junto a la tablilla de inventario temerosos de ser destinados al frente ruso.
Una vez alejados del resto del cargamento cogió la
hoja de inventario, las cajetillas de cigarrillos y salió con paso marcial
aunque acelerado de la estación.
Se alejó del lugar dando bocanadas de aire para
restablecer la calma en su organismo que estaba acelerado por la subida de
adrenalina del momento. No quiso mirar la tablilla con la información que
acababa de robar hasta estar seguro de encontrarse a salvo, simplemente la
sostuvo bajo su brazo mientras que seguía caminando hasta la casa situada en Oberperfuss
para mandar por radio la información obtenida. Solo se paró al final de la
calle que conducía a la plaza para encenderse uno de los cigarrillos de las
cajetillas que les había confiscado a los soldados y que llevaba ansiando desde
aquella madrugada.
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(1) Quiero agradecer a mi hermano Manuel y a mi
amigo José Carlos la ayuda para poder recrear correctamente el idioma, las
armas y la ropa usadas por los soldados alemanes.
¡¡¡¿Pero por qué?!!! Me odias, ¿verdad?
ResponderEliminar¡Me encanta! :)
¡¡¡¿Pero por qué?!!! Me odias, ¿verdad?
ResponderEliminar¡Me encanta! :)
Muy guapo!!! Estaba deseando de echarle el guante a este relato :) magnífico.. felicidades!
ResponderEliminarMuy guapo!!! Estaba deseando de echarle el guante a este relato :) magnífico.. felicidades!
ResponderEliminarMe ha encantado Dani, deseoso de saber más. Un abrazo y enhorabuena
ResponderEliminarDon Daniel es usted un auténtico crack!!!
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