lunes, 31 de octubre de 2016

EL FANTASMAGÓRICO RETRATO EN EL ESPEJO DE LA ATORMENTADA ACTRIZ MIRTHA DAVIDS


Cierta noche de este pasado verano, una amiga me contó una historia que le había sucedido años atrás. Me pareció algo realmente escalofriante y aterrador, no le cuestioné si era algo real o se lo acababa de inventar, simplemente le pedí permiso para contar su historia.
No cabe duda que le he echado Sal y Pimienta al asunto pero os prometo que si os dejáis llevar e imagináis que os está pasando a vosotros mismos, será algo realmente aterrador. Disfrutad…






EL FANTASMAGÓRICO RETRATO EN EL ESPEJO DE LA ATORMENTADA ACTRIZ
MIRTHA DAVIDS



LA NOCHE DEL ESTRENO DE LA ÚLTIMA PELÍCULA DE LA ACLAMADA ACTRIZ MIRTHA DAVIDS

Las bombillas de los flashes de las cámaras no dejaban de explotar y caer al suelo cuando ella pisó la alfombra roja. Mirtha saludaba desde lo más alto de la escalera del teatro, poniendo poses imposibles sin contestar a ninguna de las preguntas que le hacían los periodistas, ejerciendo de lo que era, una diva, una reina de la gran pantalla que acaba de asistir al estreno de su última película. Desde hacía rato, su marido, el pintor vanguardista Marcel Giresse, famoso por sus retratos con pintura negra sobre espejos en lugar de un lienzo blanco, la esperaba malhumorado en el coche. Marcel era odiado y amado, criticado y alabado duramente tanto por la crítica como por Mirtha Davids, la mujer que tenía a todo Hollywood a sus pies en los años cincuenta. Marcel no era partidario de los baños de multitudes, ni de los reconocimientos en público. Por el contrario, Mirtha se alimentaba de aquellos momentos, los adoraba y necesitaba. Sin embargo, aquella pareja se intercambiaba las caretas y estados de ánimo cuando estaban solos, alejados de las multitudes. Marcel estaba feliz y tranquilo y Mirtha malhumorada, deprimida y empapada en alcohol.
-¿Podrías dejarte ver un poco con la reina de Hollywood alguna puta vez?-, espetó sirviéndose una copa de whiskey solo cuando entró en la limusina que los llevaba a casa.
-Podrías dejas de zorrear delante de todos los súbditos de Hollywood y recordar que tienes marido alguna vez-, respondió él sin mirarla, dándole una calada a su cigarrillo.
El coche permaneció en silencio hasta que llegó a la gigantesca mansión cuyas paredes habían sido testigo de tantas peleas. Peleas en las que incluso volaban vasos de whiskey que se estrellaban contra las paredes.




EL COLECCIONISTA DE EXTRAÑOS OBJETOS CINE

Salió de su casa con la muñeca ensangrentada envuelta en una toalla de mano. Caminaba deprisa jadeando y expulsando vaho por la boca. Bajo su brazo, el marco que cercaba el espejo roto en su ángulo superior izquierdo. Corrió y corrió avenida abajo para dejar aquella reliquia en la tienda de antigüedades donde lo compró el pasado quince de octubre. Corría el año mil novecientos ochenta y cinco. La mano ensangrentada no dejaba de gotear y dejar sobre la acera un camino de puntos rojos oscuros. Era un tipo alto y robusto, con el cabello despeinado, oscuro y largo hasta los hombros. Vestía completamente de negro y su grueso abrigo le daba un aspecto siniestro.
Pasó sin prestar atención por delante de la escuela de música, donde niños con las corbatas y chaquetas del uniforme escolar ensayaban cansados “Bringme Sunshine” *(1), la canción que cantarían en el colegio durante la función de Navidad. Al llegar a la tienda oriental de antigüedades abrió de un portazo haciendo sonar la pequeña campanita situada sobre el marco. El dependiente le vio entrar tambaleándose, con el rostro mortecino y sudado, la mano envuelta en la toalla ensangrentada y el espejo bajo el brazo. Rápidamente le ordenó que saliera de su tienda y que no entrase jamás.
-¡No! ¡Espere! ¡Quédese con el cuadro, no lo quiero! No me devuelva el dinero si no quiere,  pero quédese con el cuadro. ¡Debe quedarse con el cuadro!-  Suplicó el cliente dejando apoyado el marco sobre el mostrador y alejándose de él con las mano en alto como si un policía, apuntándole con un arma a la cabeza, le hubiera pedido que se rindiese. Dio un par de pasos hacia atrás.
-No, usted marche de aquí, no cuadro, no dinero… Usted  marche de aquí, ¡Tú no comprar más aquí!- Respondió el pequeño y anciano vendedor con su acento oriental mientras empujaba el pecho del cliente con el espejo que había quitado del mostrador.
La mujer del vendedor salió de la trastienda y comenzó a chillar sofocada en su idioma natal al tiempo que golpeaba con un paño el hombro del cliente empujándolo hacia la salida tras haber limpiado rápidamente el trozo de mostrador donde el espejo había estado apoyado.
-¡No! ¡No! ¡Debe quedarse con el cuadro! ¡Quédeselo!- Gritó el sofocado cliente antes de ser empujado hacía la calle con el cuadro pegado al pecho.
Jadeando, vio como el anticuario echaba las cortinas de la puerta y cerraba el pestillo para asegurarse de que no volvía a entrar.
Miró a su alrededor aferrando el marco contra su cuerpo. Se fijó en el callejón que estaba a su lado y en el bombo metálico de basura que había en él. Sin pensarlo un segundo se dirigió hasta allí y dejó el marco apoyado. Retrocedió y siguió mirando aquel extraño cuadro mientras caminaba hacia atrás. -¡Que perfección! Es hermoso y misterioso al mismo tiempo- Pensó. No podía dejarlo allí. Algo había en aquella obra de arte que le hacía querer llevárselo de nuevo a su casa. Se alegraba de que el vendedor no lo hubiera aceptado. Se acercó hacia él y notó una vibración cuando su mano casi lo toca para volver a colocarlo bajo su brazo. Aquella vibración fue como un imán atrayendo un trozo de metal, era casi un truco de magia, una ilusión óptica que maravillaba a aquel coleccionista. Pero una gota de sangre de su muñeca que cayó sobre el cristal volvió a atemorizarlo e hizo que retrocediese con las manos  en la cabeza y los ojos desorbitados. Entonces salió corriendo de aquel callejón gritando -¡Noooo!- .




EL RETRATO DE LA ATRACTIVA MUJER DESCONOCIDA ABANDONADO EN EL CALLEJÓN

Aquella mañana de otoño de mil novecientos ochenta y cinco era fresca, soleada e invitaba a pasear. Eso había hecho Rachel empujando el carro de bebe de su hija Skyla junto a su amiga Kelsy. Llevaban ya varias manzanas charlando sobre la situación económica de Rachel cuando Kelsy le dio las gracias al vendedor del puesto ambulante que le había preparado un café en vaso de papel.
-¿Y qué harás entonces?- Preguntó Kelsy mientras quitaba la tapa de plástico de su café cuidadosamente, tratando de no derramar nada, para enfriarlo soplando.
-No lo sé. El club de jazz paga poco dinero y no me ofrecen más noches para tocar el piano y en la filarmónica estoy aún de suplente. ¿Sabes cuánto le pagan a los músicos suplentes si no tocan?
-No- Contestó Kelsy tratando de volver a colocar la tapadera de su café.
-¡Nada!- Informó Rachel.
-Tendrás que buscarte otro empleo.
-Ya lo sé, pero si lo busco no me darán las noches libres para tocar en el club. Si la situación sigue así de mal tendré que vender el piano de casa.
-No, no puedes vender el piano. Te gusta ese piano, a Skyla le gusta sentarse en tus rodillas y tocar el piano. Deberías probar ayudando a Lucinda. Podrías ayudarla a organizar sus visitas en casa. Está muy bien, es algo tranquilo. Yo lo hice durante un tiempo.
-¿Trabajar para Lucinda? ¿Esa loca pitonisa amiga tuya? Ni pensarlo, me dan escalofríos cuando está cerca de mí… ¡Oh! ¿Me prestas cinco dólares?- Cambió radicalmente de tema cuando pasaron por la floristería.
-¡Vaaaamos! Tienes que dejar ya esa mierda de las flores. Estás en bancarrota.- Le recriminó su amiga.
-Venga, son sólo cuatro con noventa y cinco dólares. Ya es época de anémonas.- Contestó Rachel poniéndole a Kelsy cara de perro triste.
-Está bien. Pero considéralo tu regalo de cumpleaños.
-¡Wouf! Ladró Rachel con la lengua fuera.
Pasados unos minutos la pareja de amigas continuó su camino. El carrito de bebe pesaba ahora el doble con la maceta de anémonas. Kelsy le daba los últimos tragos a su café y Rachel llevaba varias manzanas poniendo objeciones a trabajar para Lucinda cuando el carro de Skyla tropezó con un bache de la acera y la rueda delantera salió despedida rodando por la calle hasta adentrarse en el callejón de la esquina. Era la cuarta vez que pasaba esa semana. Iba siendo hora de cambiar de carrito.
-¡Mierda!- Dijo taimadamente la madre arrodillada junto al carrito viendo el desastre.
Mieddda!- Dijo Skyla mordisqueando la oreja de Mr. Williams, su oso panda de peluche.
-¡Eh! ¿Qué es eso?- Preguntó Rachel mientras se incorporaba para ver un gigantesco espejo apoyado en un bombo de basura cerca de donde había llegado rodando la rueda del carrito.
Las amigas se acercaron lentamente hacia el bombo dejando a Skyla al principio del callejón.
Medía un metro treinta aproximadamente, el marco, de madera vieja, presentaba algunos desperfectos provocados por el paso del tiempo. El cristal  no estaba mucho mejor y tenía motas de suciedad y una rotura considerable en el ángulo superior izquierdo, aunque no afectaba a la imagen que aparecía en el centro. Se trataba de una mujer con aspecto de los años cincuenta, pintada en color negro sobre el gastado espejo. Los ojos de ésta resultaban inquietantes y misteriosos. Eran negros y grandes, con largas pestañas y cejas finas en forma de ángulo recto, lo que le daba al rostro un gesto de incredulidad y maldad. Tenía la boca pequeña y apretada. La cabeza reposaba sobre la mano izquierda, que sostenía un cigarrillo humeante. La mano derecha reposaba sobre la mesa. Un elegante traje negro con tirantas finas cubría el cuerpo de  la mujer y de su estilizado cuello colgaba un largo collar de perlas cuyo recorrido lo rodeaba dos veces: en una primera vuelta ajustada a la garganta y una  segunda holgada cayendo sobre  el pecho.
-Es precioso- Dijo Rachel.
-Está manchado de rojo… Y roto. ¿Es tomate? ¡Dios que asco!- Indagó Kelsy pasando la yema de su dedo índice por la superficie de una mancha de sangre.
-No. Me lo quiero llevar a casa- Prosiguió Rachel apartando la mano del cuadro justo cuando esté se le acercó como si una fuerza sobrenatural le hiciera querer saltar sobre ella.
-Ya tienes suficientes cosas absurdas en casa. Joder voy a llamar a asuntos sociales para que yo cuide de Skyla mientras tu coleccionas basura encontrada en los callejones.
-Cállate y ayúdame a moverlo. Lleva a Skyla en brazos y yo llevaré el espejo.
-¿Y el carro?- Preguntó Kelsy desaprobando la adquisición de aquel objeto.
-A la mierda el carro. Ya me prestarás dinero para comprar otro - Zanjó el tema Rachel.

Caminaron rápidamente por la acera hasta  llegar a casa de ésta. Parecía como si aquel extraño retrato encontrado en el callejón les hiciera correr. Como si aquel inanimado objeto tuviera prisa por llegar a casa y descansar. Una vez en la pequeña puerta de la valla del jardín, Rachel, con su cuadro bajo el brazo, se apresuró en despedirse de su amiga.
-Kelsy, gracias por el paseo.
-De nada, pero ¿No olvidas algo?- Preguntó burlonamente Kelsy.
-Oh cielos, sí… No sé en qué estoy pensando- Dijo Rachel arrebatándole de la mano a su amiga la maceta de Anémona y dándole la espalda para entrar en casa.
-¡Racheeeel!- Gritó Kelsy con cara de incomprensión.
-¿Qué? ¡Ups!…. -Respondió nuevamente cogiendo como pudo a su hija y atravesando rápidamente el jardín -¡Te veré el viernes!- Gritó sin mirar atrás.
La valla era baja y blanca, construida de madera. Habría unos diez metros cubiertos de verde césped entre la puerta del jardín y la de la casa. Pequeños arbustos con flores de mil colores, muy bien podados, situados estratégicamente, adornaban el jardín y unos rosales de hojas muy verdes y flores rojo oscuro flanqueaban la puerta blanca con llamador, mirilla y cerradura dorada.
Al entrar en casa, una hoja podrida, seca y marrón se desprendió del tallo y cayó al suelo.





LOS SUCESOS PARANORMALES DE LA CASA DE RACHEL

“Aquí queda muy bien” pensó Rachel al colocar el cuadro en la alcayata de la pared sobre el piano. -¿Qué te parece a ti Skyla? ¿Te gusta?- Le preguntó a su hija para hacerla participe del nuevo objeto de decoración, aunque no esperaba obtener respuesta. La pequeña Skyla, que no había prestado atención a los movimientos de su madre, dejó el juguete que tenía entre manos y miró el retrato fijamente. Algo en él la inquietaba. No le gustaba, apenas sabía decir palabras sueltas, mucho menos construir oraciones complejas para dar su opinión sobre arte y decoración de interiores, pero sentada en la moqueta volvió a coger a Mr. Williams y empezó a mover los músculos de su pequeño culo para retroceder hasta pegarse a la pared y abrazar al osito de peluche. Rachel la miró desconcertada, nunca había visto esa expresión tan neutra y a la vez tan negativa en la cara de su hija.
-¿Qué te ocurre Skyla?- Quiso saber la madre.
La niña, con su espalda pegada a la pared, levantó su pequeño dedo índice y señaló el espejo negando con la cabecita.
-¿No te gusta el espejo?
-No guta espejo- Contestó Skyla con su peculiar e infantil forma de hablar.
-Bueno… Lo dejaremos ahí un par de días y, si nos cansamos, lo quitamos  ¿De acuerdo? - Parlamentó Rachel. Su hija asintió seriamente con la cabeza.
Una corriente fría recorrió la espalda de la madre haciéndola tiritar. Miró hacía arriba y oyó como el aire se movía por dentro del sistema de ventilación y salía por la rejilla situada en el techo, sobre el piano.

-Bien, vamos a darte un baño y a la cama.
Bajo la húmeda toalla Skyla se sentía segura. Le gustaba ver desde dentro como se movía la toalla sobre su cabeza cuando su mamá le secaba el pelo. Luego, el paseo en brazos a través del enmoquetado pasillo hasta su habitación envuelta en el albornoz. Y cómo ésta le ponía el pijama entre juegos y risas para finalizar con un beso en la frente y otro en el hocico de Mr. Williams. El click del interruptor al apagar la luz de la habitación ponía fin a los días.
Media hora más tarde el té rojo teñía el agua caliente de la taza de Rachel. Sobre el sofá, y en un grueso pijama de franela, descansaba con las piernas cruzadas y los pies cubiertos con calcetines de lana. No le estorbaba la coleta contra el respaldo del sofá mientras Robert De Niro caracterizado como Jack La Mota ordenaba a Sugar Ray continuar el combate *(2).
Ya era más de media noche cuando el ruido de cristales rotos y un grito salieron de la habitación de Skyla. Rachel se levantó de un salto y corrió hacia donde su hija se encontraba. Al abrir la puerta se sorprendió cuando vio a ésta, que apenas sabia andar, situada en pie, manteniendo el equilibrio, sobre su mesita de noche. La lamparita con figuras de animales pegados iluminaba la habitación. Rachel abrazó a su hija y se preguntó cómo había logrado escalar hasta allí y sostenerse en pie. La palpó de arriba abajo para ver si estaba herida y al besarla en las mejillas sintió el sudor en la cara de la pequeña. Miró hacia la ventana y vio las hojas cerradas perfectamente, sin fisuras. No sabía qué ruidos de cristales podrían haber sido los que hicieran gritar a su hija. Se dirigió hacia la puerta, escuchó el crujir de cristales en el suelo. Fue entonces cuando se dio cuenta de que el espejo frente a la cama de la niña estaba en el suelo hecho pedazos y un vaso estrellado junto a él.
-¿Skyla, has roto tú el espejo con el vaso?
La niña no contestó, sólo se dedicó a hundir la cabeza en el hombro de su madre. Rachel miró nuevamente los cristales rotos del suelo. Madre e hija cruzaron el pasillo hacia el dormitorio principal, donde permanecieron el resto de la noche.
Pasaron varios días desde el incidente del espejo sin que nada fuera de lo normal ocurriese, a excepción del rosal de la entrada, que seguía escupiendo hojas secas que Rachel recogía cada mañana antes de salir de casa.
-¿Quieres venir a jugar al invernadero?- Le preguntó a su hija cierta mañana. La pequeña sonrió haciendo que sus mejillas se hinchasen y sonrojasen.
A Skyla le gustaba el invernadero que su madre construyó en el patio trasero de la casa. Solía sentarse en un pequeño parque de tierra marrón a jugar con unas herramientas de plástico mientras su madre arreglaba las plantas. Era una habitación gigantesca, repleta de grandes ventanales. Tenía flores de todos los colores posibles, plantas de todo tipo, incluso una pequeña fuente en la que vivían grandes peces de colores. En la pared del fondo, frente a la entrada se encontraban los útiles de trabajo perfectamente alineados, algunos clavados en la pared, otros apoyados en el suelo debido a su mayor tamaño junto a las enormes bolsas y garrafas de fertilizantes. Allí, madre e hija pasaban largas y felices horas. Una pensando en sus cosas y otra haciendo pequeños castillos de arena o regando flores imaginarias.
De repente, el sol dejó de iluminar el invernadero a través de los grandes ventanales y la pequeña miró hacia el techo acristalado para ver la sombra negra que se había posado sobre el lugar. Crecía y crecía y no dejaba de hacerlo ocultando los rayos de luz del sol.
-¿Mami?... No hay sol.
-¿Qué?- Preguntó Rachel poniéndose la mano sobre las cejas para formar una visera y defenderse de los potentes rayos de sol que iluminaban el invernadero.
-No hay sol, mami… Sombras….Miedo-  Repitió balbuceando Skyla, que se aferraba a su pequeña pala de jardín de juguete.
-Skyla, ¿Qué te ocurre?-  Insistió la madre levantándose para ver de cerca la cara de su hija. Skyla tenía el rostro blanco y tembloroso. Poco a poco, bajo su mirada, la inmensa bruma negra y espesa empezaba a cubrir los laterales de la casa de cristal. Penetrando por la junta de los paneles trasparentes que formaban el techo y caía sobre el suelo en forma de extraña y viscosa brea que avanzaba lenta y espesa por el suelo.
-¡Miedo mami!- Explicó la niña desde el mugriento fango de su parque, que se mezclaba con la bruma liquida y oscura.
- ¿De qué tienes miedo Skyla? Cuéntamelo. ¿Qué ves? ¿Qué te da miedo?- Preguntaba Rachel sacando a la pequeña de su zona de juego.
La brillante brea trepaba por las piernas de su madre y alcanzaba ya su cintura. La hija apretaba las caderas de su madre con las rodillas y pataleaba la brea para intentar que se le despegase del cuerpo.
-¡Skyla me estás haciendo daño!-  Llamó la atención de su hija mientras que suavemente se golpeaba con la palma de la mano el pantalón vaquero para quitar las manchas que los pies de Skyla habían ensuciado de arena. El sol iluminaba el rostro aterrorizado de su hija.
La brea alcanzaba ya la parte trasera de la cabeza de Rachel y se enredaba por su pelo, casi se introducía por los oídos y las cuencas de los ojos con largas y finas ramificaciones. Skyla intentaba sin éxito apartar aquella mancha oscura de la cabeza de su madre y para ello clavaba sus diminutas uñas en la cara de Rachel llegando a producirle pequeños arañazos cerca de los ojos. En un acto reflejo de la madre por intentar apartar las manos de su rostro Skyla cayó al suelo desde los brazos y comenzó a llorar.
-¡Mami, miedo en tu cabeza!- Gritó aterrorizada la niña desde el suelo.
-¡No tengo nada Skyla, mamá está bien! ¡Es solo pupa! Como cuando tú te caes en el parque ¿Vale? Intentó tranquilizar a su hija mientras que la volvía a sostener en brazos.
-¡Miedo en tu cabeza mami!- insistía la pequeña.
-Vale, nos vamos a casa ya, ¿Vale?- Tomó Rachel la decisión finalmente y salieron del invernadero lleno de flores que se abrían con los rayos del radiante sol que iluminaba desde el cielo celeste.



Días más tarde, la consulta del doctor estaba en silencio. Una gigantesca mesa repleta de archivadores y folios grapados ocupaba casi toda la estancia. Las repisas de las paredes contenían todo el saber psicológico de los últimos cien años. Un gigantesco cráneo de plástico los miraba desde un rincón.
-No hemos encontrado ni una sola anomalía con las pruebas que hemos realizado, tampoco con los test. Física y psicológicamente todo parece estar normal- Dijo el Doctor Van Brawn entregándole a Rachel el resultado de los estudios realizados a Skyla.
-¿Nada? Es imposible. Algo debe estar pasando. Hace una semana y media apareció en pie sobre su propia mesita de noche y aun no es capaz de andar, mucho menos de trepar a ningún sitio. Cuatro días más tarde empezó a ver sombras en el invernadero. Ahora el piano- Replicó la madre sin hojear apenas los folios grapados.
-¿Qué es eso el piano?- Quiso saber el psicólogo.
-Verá soy pianista, toco el piano desde mucho antes de que Skyla naciera y siempre la he sentado en mis rodillas y hemos tocado juntas. Pensaba que si se familiarizaba con el piano, cuando creciera un poco le sería más fácil aprender a tocarlo si quisiera. Desde hace días no quiere ni acercarse a él. Le da miedo. Pone la misma cara de terror que el día del invernadero.
El Doctor Van Brawn suspiró uniendo las palmas de sus manos golpeándose suavemente la nariz. El aroma de algunas flores puede… Marear, causar fatiga, confundir nuestros sentidos y la percepción de la realidad y más aún en un niño. ¿Tiene alguna planta opiácea que Skyla haya podido respirar?
-¿Opiácea?...
-Sí, alguna planta que produzca THC, alguna planta cannabinoide, Marihuana, por ejemplo.
-¡Por favor! Terminé la universidad hace tiempo.- Contestó ofendida.
El doctor dejó pasar unos segundos antes de volver a hablar.
-Trabajaremos sobre el piano entonces. Haga que Skyla vuelva a tocar.
-¿Cómo? No quiere. Le da pánico acercarse a él.
-Oblíguela. Siéntela en sus rodillas y haga que toque el piano o al menos que la escuche tocar- Ordenó el doctor firmemente.
Rachel apretó con fuerza el informe contra su pecho como hacía con su carpeta antes de un examen en la universidad.
Era por la tarde cuando Rachel, apoyada contra el marco de la puerta del salón, miraba cómo su hija jugaba sobre la alfombra con su oso de peluche. Analizaba la situación, sabía que debía intentar que Skyla se acercase al piano pero no sabía cómo. Insegura preguntó: Skyla, Mami va a tocar el piano, ¿quieres venir a cantar No more monkeys jumping on the bed?  *(3)La niña, con la vista puesta en Mr. Williams, negó con la cabeza. Rachel siguió en su posición mirando a Skyla hasta que tras unos minutos de reflexión finalmente urdió el plan perfecto para atraer a su hija hasta el piano.
Avanzó hasta arrodillarse junto a ella.
-¿Puedo jugar yo también con Mr. Williams?
-¡Claro!- Contestó la niña alargando sus brazos para que su madre cogiera al oso de peluche.
-Hoooola Señor Williams ¿Ha merendado usted bambú? – Preguntó Rachel para diversión de su hija- ¿Si? ¿Estaba bueno? ¿Dónde lo compró? ¿En la tienda del zoológico? ¡Woooh! Es usted un oso panda con recursos.- Continuó simulando una conversación con el peluche- ¿Qué le apetece hacer ahora? ¿Sí? ¿De verdad quiere usted tocar el piano conmigo? ¡Claro que puede! Mmmmm… No sé si Skyla querrá venir. ¿Vamos a probar?
Rachel asió al oso, se sentó en el banco del piano con el peluche entre las piernas y tomando las manitas de trapo de Mr. Williams comenzó a tocar No more monkeys jumping on the bed. Skyla, temerosa, se puso en pie torpemente y caminó hasta su madre. Rachel y Mr Williams no dejaban de cantar mientras Skyla miraba. La madre analizaba taimadamente a su hija  para asegurarse de que su plan estaba dando los frutos deseados y conforme los últimos compases de la canción terminaban el ritmo se hacía cada vez más lento e indeciso. Cuando la canción terminó. Rachel dejó a Mr. Williams encima del piano, sentó a Skyla en sus rodillas, suspiró y comenzó a tocar Twingle, twingle Little star *(4). La pequeña balbuceaba la letra de la canción sobre las temblorosas rodillas de su madre, los dedos se deslizaban por las teclas del piano, todo parecía transcurrir como antiguamente. Rachel deseaba mantener las notas de la canción sostenidas en el tiempo y que aquel instante no terminase, era el primer momento de paz con su hija desde hacía mucho tiempo.
Un halo de aire gélido sacudió a Skayla, que tembló sobre las rodillas haciendo que su madre perdiese el ritmo sin dejar de tocar. La niña paró de cantar e instintivamente levantó la vista hacia el lugar de donde venía la corriente de aire. Rachel, asustada y esperando algún otro fenómeno extraño, siguió con la mirada lo que su hija observaba y se fijó en la rejilla de ventilación del techo. Era normal, a veces salían bocanadas de aire fresco o caliente de aquellas rejillas. Besó a su hija en la cabeza sin dejar de tocar y definitivamente recuperó el ritmo de la canción, aunque Skyla seguía mirando hacia arriba.
A la niña nunca le gustó el espejo con el retrato de aquella mujer. Este seguía atrayendo su mirada con sus ojos mágicos, misteriosos, negros y brillantes. Podía verse reflejada, diminuta y cabezona, en aquellas pupilas. Su respiración se hacía cada vez más profunda y entrecortada. El corazón se le iba a salir de su pequeño pecho. Los ojos, aquellos ojos fijos y negros, los ojos que tanto miedo le daban, no dejaban de mirarla, de vigilarla, de presentarse en sus sueños. Esos ojos que la embrujaban y casi la hacían entrar en un estado catatónico anulando su vitalidad y su conexión con la vida del mundo… le hicieron un guiño malicioso acompañado por un leve gesto de sus labios mostrando un conato de sonrisa diabólica y silenciosa.
Skyla, gritando aterrorizada, comenzó a moverse frenéticamente para bajarse de las rodillas de su madre y zafarse de los brazos que la rodeaban. Rachel la sujetó fuertemente para evitar que la niña cayese al suelo pero esta no dejaba de patalear sobre su madre intentando escapar sin dejar de mirar el diabólico rostro del cuadro que ahora había comenzado a inclinar la cabeza hacia atrás, tanto que solo se podía ver su garganta y el final de su fino mentón. Después, comenzó girar sobre sí mismo, rodando por el hombro desnudo, volviendo a estar su rostro visible, dejando su barbilla hacía arriba y la melena hacía abajo, casi como si tuviese el cuello roto y los ojos en blanco. En mitad del forcejeo la madre pudo ver como su hija, entre lágrimas y con el rostro enrojecido por el miedo, señaló con un gesto rápido de su pequeño dedo índice el cuadro y entendió entonces que lo que había hecho temblar a Skyla no eran las corrientes de  aire acondicionado sino el extraño retrato pintado sobre cristal que había encontrado en el callejón. Rápidamente se puso en pie con su hija en brazos, salió del salón y la dejó en el parque infantil que aún conservaba en un rincón de su dormitorio.
Tras casi dos horas de caricias y susurros en la oreja, por fin, logró tranquilizar a Skyla hasta que está se durmió. Fue entonces cuando decididamente regresó al salón y descolgó el retrato que tanto atemorizaba a su hija. Con el cuadro en las manos se detuvo a pensar que hacer con él. ¿Dónde podría dejarlo? ¿En qué lugar debería ocultarlo para que su hija no lo viera? ¡El invernadero era la mejor opción!
Entró en la sala acristalada. El ambiente, antes fresco y agradable, se había vuelto fétido y viciado, algunas plantas se habían podrido y los gusanos se movían lenta y libremente por algunos de los enormes maceteros. -Se me habrá olvidado fumigar- Pensó. Miró hacia el rincón más profundo y alejado de la puerta decidiendo que ese sería el sitio donde abandonar el retrato hasta que supiera que hacer con él.
Una vez apoyado en el rincón, entre garrafas, sacos  y útiles de jardinería, retrocedió un par de pasos pero sintió el magnético deseo de volver a colocarlo sobre el piano, gobernando el salón. Era tan hermoso que mantenerlo oculto era una verdadera lástima. Algo la sacó de aquel pensamiento, una pequeña inscripción en la esquina inferior derecha, que hasta ahora había pasado inadvertida. Se arrodilló para analizarla detenidamente. Estaba muy gastada y difícilmente se podía entender pero acercando sus ojos y limpiando un poco la esquina con saliva finalmente pudo distinguir el mensaje que el tiempo casi había ocultado por completo.

“Mirtha Davids, Febrero 1952”

Rachel volvió a casa, corrió hasta la cocina y llamó por teléfono a su amiga Kelsy.
-¿Kelsy? Soy Rachel. Necesito un favor. ¿Puedes hacerte cargo de Skyla durante un par de horas?



En la hemeroteca el silencio era sepulcral. Hacía frio y Rachel tardó más de una hora en encontrar lo que buscaba. Entusiasmada, empezó a leer el viejo periódico.




LA FATAL DISCUSIÓN ENTRE MIRTHA DAVIDS Y MARCEL GIRESSE

Mirtha ya había tomado su baño y, como cada noche, se había vestido con sus joyas y su bata de seda. Se había preparado un vaso de whisky y cargado su pipa de opio. En aquel año, mil novecientos cincuenta y dos, la actriz llevaba cinco años abusando del alcohol y de las drogas. El estreno de su película había sido todo un éxito y quería celebrarlo aunque fuera en soledad, Marcel era mala compañía para aquellas situaciones.
-Querida, ¿otra vez drogada?- Preguntó desganado el artista al entrar en el dormitorio y respirar el humo de la pipa.
-Querido, aún no. Dame un par de copas y me verás drogada y borracha.
-Deberías dejarlo durante algún tiempo. ¿No te parece?
-Y tú deberías probarlo durante algún tiempo, así se te quitaría esa cara de amargado que tienes siempre.
Marcel no contestó, simplemente se dirigió hacía el mueble bar, se sirvió una copa, contempló el retrato de Mirtha que había terminado de pintar en cristal hacía dos semanas. Luego, se encendió un cigarrillo y miró cómo la actriz sostenía en una mano su copa y con la otra acariciaba el marco de la foto de su difunta hija Nancy. Lamentando el deterioro físico y mental de su esposa abrió la ventana para que la habitación se ventilase. Fuera, en la noche oscura, aún llovía.
-¡No! No abras, hace frio y llueve.- Ordenó la actriz.
-¡Aquí no se puede respirar!- Respondió él dándole la espalda a Mirtha.
-¡He dicho que cierres la puta ventana!- Gritó la mujer fallando en su intento de golpear a su marido en la espalda lanzándole la copa que finalmente estrelló en la pared.
Marcel consintió, cerró la ventana y le dio un trago largo y lento a su copa. Sabía que era mejor obedecerla y no hacerla enfadar.
-¿Ves? Así se está mucho mejor… Querido.- Agradeció a su marido sarcásticamente guiñándole un ojo y volvió a servirse una nueva copa. Tambaleándose por el alcohol, regresó a su posición, junto al cenicero y al retrato de Nancy. Le dio una larga calada a la pipa de opio, la dejó sobre el cenicero con los ojos entre cerrados, después tomó un corto y elegante trago de whisky y volvió a acariciar el retrato de Nancy con la mirada vidriosa y una sonrisa amarga y melancólica en los labios.
-Ella no volverá Mirtha. Nancy fue raptada, secuestrada, asesinada y encontrada en un bosque. Ella no volverá jamás.- Apuntó Marcel cansado de que la madre no hubiese superado la pérdida de su hija.- La lluvia se hizo más intensa fuera y un rayo iluminó la noche.
-¡No vuelvas a decir eso jamás!- Gritó Mirtha volviendo a lanzar el nuevo vaso de whisky contra la cabeza de su marido pero errando el tiro nuevamente, quebrando la parte superior izquierda del su retrato. -¡Eres un hijo de puta! ¡Ella está viva! ¡No vuelvas a decir eso!- Continuó chillando la histérica actriz que ahora se había abalanzado llorando contra el artista y le golpeaba débilmente con los puños cerrados en los hombros.
-Puedes asumirlo o seguir emborrachándote y drogándote cada día y cada noche. Eso no hará que nuestra pequeña Nancy vuelva a casa. La policía la encontró y la enterramos a cuatro metros bajo tierra y de ahí no saldrá.- Contestó el padre sin ningún tipo de tacto, cansado de la misma pelea cada noche.
-¡No!- Insistió la actriz en negar lo evidente dándole una bofetada en la cara a su marido. Marcel rápidamente devolvió el guantazo a Mirtha haciéndola caer al suelo.
-Eres una alcohólica y una drogadicta.- Zanjó la discusión antes de salir de la habitación y dirigirse a las escaleras para bajar al salón.
Mirtha quedó sentada en el suelo llorando, borracha, sola, herida en el orgullo y en el recuerdo. Se levantó enérgicamente, fuera de sí y corrió en busca de su marido -¡Eres un hijo de la gran puta! ¡No me vuelvas a poner la mano encima! Dijo sujetando a Marcel por un hombro para hacerlo girar y ponerlo frente a ella. El actor con un rápido movimiento apartó la mano de su esposa de su hombro haciendo que está perdiese nuevamente el equilibrio y cayese rodando escaleras abajo, partiéndose el cuello y quedando mortalmente tendida con la cabeza del revés.




EL AMARGO CAFÉ DE AQUELLA TARDE

-Me parece increíble que sea la misma mujer del retrato- Dijo Kelsy mirando fijamente su taza de café.
-Lo sé, pero allí estaba toda la información, en aquel periódico. Toda la historia de cómo a esa mujer le habían arrebatado y asesinado a su hija.- Informó Rachel.
-¿Y el cuadro? ¿Qué has hecho con él?
-Lo escondí en el fondo del invernadero.
-¿Y Skyla? ¿Dónde está ahora?
-En casa, con mi madre. Ha venido a ayudarme unos días.
-Bien. Necesitas descansar y distraerte de todo este asunto.- Le aconsejó a su amiga mientras que tomaba un trozo de tarta de manzana de la cafetería en la que se encontraban.
-¿Sabes? Puede resultar morboso pero creo que voy a ir al videoclub a ver si tienen el VHS de alguna película de Mirtha Davids. Tengo curiosidad por ver cómo era en la vida real, como se movía, si soy capaz de… captar la tristeza y el sufrimiento que tenía.- Comentó pausadamente Rachel.
-¡No! ¿Estás loca? Deberíamos ir al video club a… quemar sus películas.- Contestó Kelsy sonriendo para aliviar la tensión de toda aquella situación.
-Ja,ja,ja, sí. Tal vez eso sea lo mejor- Rieron las amigas.
-¡Oh mierda! ¿Qué hace ésta aquí?- Preguntó Rachel con disgusto, limpiándose la boca con una servilleta de tela, mirando hacia la puerta.
-¿Quién?- Quiso saber Kelsy girándose para ver quien había entrado.
Lucinda, la pitonisa, tarotista y médium entró al café con su estrafalaria forma de vestir y se dirigió a la mesa de las dos amigas sonriendo sin dejar de mirar a Kelsy.
-Hola Kelsy ¿Cómo estás?- Preguntó con la inquietante melodía de su voz.
-Bien Lucinda. ¿Y tú?
-Muy bien, gracias- Dijo sentándose mientras buscaba a la camarera con la mirada.
-Me alegro- Continuó Kelsy sin mucho afán sabiendo que su presencia incomodaba a su amiga.
-¡Tú!- Señaló Lucinda a Rachel seriamente mientras que se retiraba de la mesa sin levantarse de la silla. Las amigas se miraron extrañadas y luego volvieron a centrar su atención en la bruja.
-¡Tú estás cubierta de mal! ¡Estás en peligro!
-¿Qué dices?- Preguntó asustada Rachel.
-En tu casa… Hay un peligro.- Continuó la médium con la mirada perdida- Has invitado a pasar a tu casa a una mujer.
-Mi madre está en casa. Está cuidando a mi hija. ¿Está Skyla en peligro?- Preguntó Rachel con urgencia.
-No… No es tu madre… Has invitado a otra mujer a tu casa y está atrayendo a la muerte.
-¿A quién? No he invitado a nadie. En mi casa no hay nadie más.
En ese instante Lucinda cerró los ojos para concentrarse y, de golpe, como si alguien la hubiese empujado, su cuerpo tomó la postura de la mujer que estaba pintada en el espejo que ahora se encontraba oculto en el invernadero.
-¡La mujer del cuadro!- Chilló Rachel identificando la postura.
-¿Qué cuadro?- Preguntó Lucinda saliendo de su trance.
-Un…Un cuadro, un espejo con un retrato pintado.
-¿Qué retrato?
-No lo sé- Dudó la Rachel.
-¿Qué retrato? ¿Quién aparece en ese espejo?- Insistió la pitonisa.
-El de una actriz muerta.
-¿De dónde lo sacaste?
-Lo encontré en un callejón.
-¡Noooo!... ¡Noooo! Tienes que deshacerte de él inmediatamente. Ese cuadro está maldito. Tú familia está en peligro. ¡Corre! Debes dejarlo donde lo encontraste.
Rachel salió de la cafetería a toda prisa.


Cuando llegó a casa entró abriendo la puerta de golpe, sin reparar en que las rosas de la entrada estaban completamente secas. Corrió llamando a Skyla, pero no la encontró. Cruzó el pasillo a toda prisa y gritó del susto al chocar con su madre que salía de una habitación.
-¿¡Skya!?- Preguntó gritando.
-¿Qué le ocurre?- Quiso saber su madre extrañada.
-¿Mama, dónde está?
-Acabo de dormirla.
Rachel apartó a su madre y entró en la habitación de su hija. La ventana estaba abierta, la cama deshecha pero la pequeña no estaba allí. -¡No!, ¡No!, ¡Skyla no!- Balbuceó. Se arrodilló junto a la cama y retorciendo contra su cara las sábanas comenzó a llorar. -¿Por qué?- Se preguntaba una y otra vez.
-¿Qué te ocurre?- Preguntó la madre.
-Mama ¡Skyla! ¿Dónde está?
-En tu habitación. Dijo que quería dormir allí porque olía a ti.
Rachel se levantó súbitamente y volvió a apartar a su madre de un manotazo. Corrió por el pasillo y abrió la puerta de su dormitorio. Todo estaba oscuro. A penas podía ver nada. Encendió la luz y allí estaba Skyla, durmiendo plácidamente. Con una respiración suave y profunda. Ignorante de los peligros que la acechaban. Rachel la sacó de la cama y abrazada a ella continuó llorando hasta que pasados unos minutos la volvió a dejar tapada en la cama. Antes de salir de la habitación miró a la niña nuevamente hasta que finalmente apagó la luz, cerró la puerta y dejó a la niña descansar.
-Rachel, estás muy rara. ¿Estás bien? ¿Quieres que me quede a pasar la noche?- Insistió su madre.
-No, gracias mamá. Estoy bien. Puedes irte.- Contestó.
-¿Estás segura?
-No. Tengo que hacer aún una cosa. ¿Podrías quedarte un rato más por favor?- Tras reflexionar unos segundos.
-Claro.
Rachel salió de la casa, cruzó el jardín trasero y abrió la puerta del invernadero.
Una bocanada de aire caliente y putrefacto la golpeó en la cara. El aire fétido se coló en sus pulmones provocándole arcadas. Las plantas se habían secado. Todos los pétalos de las flores habían caído, marrones, al suelo. Los tallos de las plantas se habían quemado y ahora apuntaban negruzcos hacia el suelo. Los gusanos, polillas y moscas gobernaban aquella habitación de cristal en un ambiente recalentado. El agua de la fuente era de un color rojo oscuro y los peces de colores flotaban rosados, muertos, hervidos. Con el chaleco tapándole la nariz, Rachel continuó avanzando hasta llegar al retrato. Era la primera vez que lo miraba con odio. Cogió con firmeza la pala que reposaba en la pared dispuesta a partir aquel objeto cargado de maldad pero se contuvo al recordar  las palabras de Lucinda: “Debes dejarlo donde lo encontraste”.
Lo colocó dificultosamente bajo su brazo y salió del invernadero dirección a su coche para dejarlo en el callejón cercano a la tienda de antigüedades. Lo acomodó en el asiento del copiloto y lo amarró con el cinturón de seguridad. Durante todo el trayecto no dejó de contemplar el retrato. Le volvía a parecer bello, atrayente, mágico. Incluso llegó a acariciar el rostro de la actriz cuando se detuvo en un semáforo. No quería desprenderse de él. Advirtió extrañada que la pequeña rotura que tenía cuando lo encontró se había hecho notablemente más grande. Daría la vuelta y lo dejaría en casa, en algún lugar oculto donde sólo ella pudiera contemplarlo. El claxon del coche de atrás, que sonó cuando el semáforo se puso verde, la hizo despertar de su idea, recobró el sentido común y continuó su camino hasta el callejón.
Al llegar al lugar frenó bruscamente y dejó el coche cruzado, taponando la entrada del callejón. Salió del vehículo con premura y, a tirones, liberó el retrato del cinturón de seguridad. Arrastrándolo por el suelo lo llevó justo hasta el mismo contenedor metálico en el que lo había encontrado y con decisión lo apoyó contra él. Sintió ganas de abofetear el rostro de la actriz, de empujarla escaleras abajo nuevamente.
Retrocedió, lo contempló nuevamente, alargó la mano y pasó su dedo índice por la afilada y cortante rotura del del cristal que le produjo un desgarro en la piel. Con el corte, súbitamente Rachel retiró el dedo e instintivamente se lo llevó a la boca para chuparse la herida. La mujer del retrato parecía mirarla abatida, suplicándole con desesperación que la volviese a llevar a casa y colocarla sobre el piano. Aquella idea recorrió la cabeza de Rachel una vez más. De nuevo, temerosa, alargó la mano e intentó acariciar la rotura del espejo, pero se detuvo al contemplar a escasos centímetros cómo las gotas de sangre que emanaban de la herida volaban hasta filtrarse por las grietas del cristal. Rachel miró sorprendida el diabólico suceso y centró su atención en el rostro de la actriz, que ahora parecía sonreír. Atemorizada, caminó hacia atrás, despacio, observando el maléfico retrato que seguía devolviéndole la mirada con una sonrisa perversa. Un golpe por la espalda la hizo gritar de terror, algo le había impedido seguir retrocediendo pero suspiró aliviada cuando se giró y comprendió que había chocado contra su propio coche. Montó en él, arrancó el motor y salió de aquella calle abandonando para siempre el fantasmagórico retrato en el espejo de la atormentada actriz Mirtha Davids.




 
EL DESAFORTUNADO REENCUENTRO

Aquella mañana era fría y nublada. Las calles se iban quedando sin gente a medida que el coleccionista de extraños objetos de cine se adentraba en los callejones. Su salud física y mental se había deteriorado rápidamente desde que el retrato cayera en su poder. Llevaba semanas caminando sin rumbo y murmurando en voz baja algo sobre un espejo mientras que se frotaba con anhelo la cicatriz de su muñeca. Los transeúntes se apartaban de su lado cuando se cruzaban con él. Echaba de menos lo que un día tuvo que abandonar. Recordaba los trazos negros sobre el espejo, formando uno de los rostros más bonitos que hubiera visto nunca. Aquella facciones, aquellas cejas angulosas y el humo serpenteante del cigarrillo que trepaba sobre el espejo.
Su pelo se había vuelto algo más gris y se había olvidado de la rutinaria labor de afeitarse.
Una música le obligó a seguir un camino cada vez más y más profundo y estrecho. Se detuvo para oír aquel sonido que a ratos se perdía en el aire y volvía más intenso y juguetón. Continuó persiguiendo aquella melodía hasta que se detuvo de golpe ante la puerta de la escuela de música de donde, a través de una de sus ventanas abierta un coro de niños con traje y corbata cantaban aquella canción. Fue consciente de donde había ido a parar, de hasta donde le había llevado aquella melodía que volvía como un fantasma del pasado. Dobló la esquina y allí estaba la tienda de antigüedades donde un tiempo atrás había conseguido aquel retrato que tanto le gustaba y dañaba. Siguió caminando, se preguntaba si su retrato habría vuelto a la tienda, si podría volver a comprarlo pero al mismo tiempo la poca conciencia clara que le quedaba en su enferma cabeza le pedía a gritos que se fuera de aquella calle. Llegó al escaparate de la tienda oriental y ansioso lo recorrió con la mirada buscando alguna señal que le indicase que su cuadro estaba allí dentro. No había nada, pequeñas cajas antiguas de madera, extraños objetos metálicos, retorcidas botellas de cristal con diferentes insectos disecados en el interior pero ni rastro de su preciado retrato. Desesperado, frotó con su frente y las palmas de sus manos el cristal del escaparate al no encontrar lo que buscaba hasta que finalmente tuvo una idea: volver al callejón, tal vez aún estuviese allí.
Caminó, dobló la esquina y allí lo encontró, en la lejanía, solitario y apoyado sobre el gigantesco contenedor metálico de basura, tal y como él lo había dejado. Ella le había estado esperando. Se acercó hasta ella y se puso en cuclillas a su lado, le sonrió, pasó sus dedos huesudos y amarillentos por el borde del retrato y por la enorme raja que se le había formado y que ya casi lo atravesaba de principio a fin. Se levantó y alzó el retrato poniendo el rostro a la altura de su cara, como si ella fuera de carne y hueso y fueran a bailar en la soledad de aquel frio callejón. Ella parecía feliz, le sonreía con sus misteriosos ojos negros y el comenzó a reír estridentemente mientras que giraba sobre sí mismo sosteniendo feliz el retrato por encima de su cabeza. Solo dejó de reír y bailar cuando ella explotó en diminutos trozos que se incrustaron en su cara y en su cuello sesgándole las venas y arterias. Cayó al suelo y allí, en el frío y solitario callejón, murió desangrado lentamente, poco a poco, mientras el viento helado volvía a traer la melodía de la escuela de música.

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(1) BRING ME SUNSHINE: Canción compuestya por Arthur Kent en 1966
(2) TORO SALVAJE: Película dirigida en 1980 por Martin Scorsese e interpretada por Robert De Niro.
(3) FIVE LITTLE MONKEYS: Canción anónima infantil.  
(4) TWINKLE, TWINKLE, LITTLE STAR: Canción infantil compuesta por Ann Tylor en 1806

(*) Muchisimas gracias a Nuria por ilustrarme la portada de este relato y a María Carmona por darle "Un repasito".