miércoles, 1 de junio de 2016

WHISKEY EN LA JARRA



Este nuevo relato se me ocurrió una noche de cervecitas en la que mi amiga Nuria me llevó a un bar con temática heavy. El local tenía una pantalla de televisión gigante en la que se proyectaban videos de grupos como: Poison, Alice Cooper, Twisted Sister, KISS… (And many more!)

En cierto momento de la noche, de espaldas a la pantalla, empecé a oír los primeros compases de la versión del grupo Metallica de la canción "WHISKEY IN THE JAR". Le pedí a mi amiga permiso para parar la conversación y ver el videoclip, ya que se trataba de una de mis canciones favoritas. El video contenía los subtítulos en español y aunque ya sabía de qué trataba la letra, aquella noche me pareció que era una gran historia para contar. Así lo hice y así os la traigo, con mi toquecito y sello personal.

Espero que los amantes del Rock disfruten con esta adaptación del clásico irlandés que en su día popularizara Thin Lizzy.




WHISKEY EN LA JARRA

Enfadado volví a golpear la barra de madera empapada de cerveza de la taberna cuando el camarero no quiso invitarme, ni hacerme un precio especial al pedir mi whiskey.
-¡Con ese dinero solo te daré un vaso de cerveza!… ¡O lo aceptas o sales echando hostias de aquí!- Gritó y su voz se elevó por encima de la alegre canción que la banda tocaba sobre el escenario para diversión de los paletos de Corck que aplaudían y pataleaban el suelo de madera al ritmo de la música.
-Está bien. Dame esa cerveza.- Contesté de mala gana.
No tuve que esperar mucho tiempo antes de que un pequeño vaso de cristal, más lleno de espuma que de cerveza, se posase frente a mí. Con el sentimiento de estar siendo estafado miré al camarero para pedirle explicaciones sobre aquella bebida. Él puso una mirada de indiferencia y una barra de madera cruzada sobre el mostrador delante de mí. Acaricié con la punta de la lengua el interior de mi mejilla derecha y decidí que era mejor permanecer callado. Dejé una moneda sobre la barra y me giré para dar por zanjada la conversación.
Un grupo de gandules sentados en una mesa grande cerca de la puerta empezó a discutir a gritos por una partida de póker. Pronto me aburrí de ver borrachos rodando por el suelo y empecé a analizar la clientela del bar. Había de todo: Jack, un ladronzuelo joven y escuálido que atracaba a los viajantes que se perdían en los caminos de los montes de Corck; Simón y su cofradía de pescadores, que hacía poco tiempo habían llegado de una larga travesía y ahora disfrutaban en tierra firme de los placeres del alcohol y las prostitutas mientras sus esposas les esperaban en casa; Buck, el carnicero tuerto. Salía al caer la noche para cazar animales que vendía al día siguiente en el mercado. Dicen que una noche regresó de cazar antes de lo habitual y sorprendió a su mujer con otro hombre en la cama. Cegado por la ira mató al hombre con su cuchillo de carnicero. También estaba Iván, era un comerciante de pieles ruso que acababa de salir de la cárcel por una trifulca en este mismo. Aquella misma noche hacia seis meses de la pelea.
Allí no había nadie decente, con una moralidad inquebrantable, todos habíamos tenido en algún momento un enfrentamiento con la ley. Éramos almas perdidas en un mundo alejado de la paz y del sosiego.

Una puerta de la segunda planta se abrió y de ella salió el Capitán Farrel colocándose su pesada y cara capa sobre los hombros. Se ajustó el cinto de su espada en la cintura. Tras él, Molly. Medio desnuda, empapada en sudor, ajustando una de las tirantas de su camisón sobre el hombro para esconder el pecho que sobresalía a la vista de todos. El capitán saco del interior de su chaqueta una pequeña bolsa de cuero, desató el nudo que la mantenía bien cerrada y de ella extrajo un puñado de monedas doradas, contó algunas y le pagó a Molly el servicio sexual que acababa de recibir.  Es indescriptible el sentimiento dolor que sentía cuando veía a Molly con otro hombre y el odio y desprecio exagerado que yo le tenía a Farrel. Aquel tipo adinerado, que solo por su situación económicamente ventajosa miraba por encima del hombro a todo el mundo. Odiaba como compraba a la gente y como la gente se dejaba comprar por él. El capitán era dueño de medio condado de Cork y tenía tierras en Kerry. Alquilaba sus tierras a los campesinos para que las labrasen y viviesen, cobrándoles por ello grandes sumas de dinero por ello.
Me miró desde encima de las escaleras, me sonrió maliciosamente sabiendo que yo le vigilaba desde la barra del bar y besó a Molly introduciéndole la lengua en la boca tan profunda como pudo. Descendieron por las escaleras y volvieron a besarse para despedirse. Mientras la gente bajaba la mirada o se giraba para no mirar a Farrel a la cara cuando salía del local, Molly y sus redondas caderas se acercaban a la barra y se colocaban junto a mí.
-Joseh, cariño, dame una toalla.- Le pidió al fornido camarero.
La miré como el niño pequeño que me sentía cuando estaba a su lado.
-Molly.- Le dije.
-¿Qué?- Contestó ella rápidamente con superioridad e indiferencia.
No era la primera vez que me acercaba a ella e intentaba ser su amigo. La adoraba. Me parecía la mujer más guapa de Irlanda, y ¡Que lejos estaba para mí! Me trataba mal y aun así yo estaba enamorado de ella.
-¿Cómo estás Molly?
Ella siguió mirándome, acerco su boca a mi oreja - ¿De veras quieres saber cómo estoy? Sube a mi cámara y te lo cuento.- Respondió antes de meter su pequeña y juguetona lengua dentro de mi oído. Separé mi oreja de su boca, la miré a los ojos e incrédulo le pregunté.
-¿De verdad puedo subir a tu alcoba Molly?
Ella sonrió tiernamente. Tenía la sonrisa más dulce que nadie me hubiese dedicado jamás. El local estaba casi en silencio. Todos me miraban. Me miraban a mí y a mi amada Molly. Me estremecí, le sonreí.
-Claro… ¡Pagando como todo irlandés que quiera olerme la entrepierna! Ja,ja,ja- Explotó ella y todo el bar en sonoras carcajadas.
Agaché la cabeza avergonzado. Dejé mi vaso de espuma de cerveza y contuve las lágrimas. Atravesé el bar lo más rápido que pude para escapar de allí. En mi camino, uno de los paletos que antes se había peleado sacó de la mesa unos de sus enormes pies poniéndome una zancadilla que me hizo caer al suelo. Las risas fueron aún más altas y sobre ellas pude oír la del mismísimo diablo riéndose de mí a través de Molly. -¡Eh, las habitaciones no están abajo, están arriba! -Gritó alguien. -¡Eres un puto imbécil, igual que lo fue tu padre!- Gritó otro. Me levanté furioso y salí por la misma puerta por la que había salido el Capitán Farrel hacía ya unos diez minutos.
Monté en mi caballo, me limpié los mocos en la manga de mi chaqueta y antes de emprender el camino a casa giré la cabeza para mirar una vez más la puerta del lupanar donde Molly destrozaba mi corazón noche tras noche. Aun podía oír las risas y la música en el interior.
-¡Serás mía Molly! Algún día serás mía.- Dije para mis adentros.

Bajo la oscura y fría noche sin estrellas cabalgué despacio por los caminos, entre la espesa y húmeda niebla. No dejaba de pensar. “Monedas, dinero, respeto. Mi padre tampoco tuvo nada de eso durante su vida, nunca pudo dejarme nada en herencia para empezar de cero. Ese era mi problema. Yo era un buscavidas en aquel pueblucho y por eso Molly no me deseaba. Si tuviese un golpe de fortuna, una bolsa repleta de monedas de oro y plata, tierras en Corck, Kinsale o Kerry ella estaría a mi lado y sería una buena mujer.”
Detuve mi camino cuando entre la bruma blanquecina, en mitad de la senda, pude adivinar la figura de un hombre orinando contra un roble, su caballo le aguardaba cabizbajo. Sigilosamente avancé un poco y cuál fue mi sorpresa al ver que el infeliz que estaba aliviando su vejiga era el Capitán Farrel tambaleándose de un lado a otro. Cuando terminó se limpió las manos sobre su chaqueta y volvió a sacar su bolsa de dinero para contar cuantas monedas quedaban en ella. Desmonté y me dirigí hacia él. De la parte de atrás de mis pantalones saqué una de mis pequeñas pistolas y apuntándole a la cabeza continué caminando hasta que el cañón de mi arma tocó su arrugada y amarillenta frente.
-¡La bolsa o la vida! Te aseguro que el diablo puede llevarte- Le dije sin vacilar.
-Maldito hediondo. ¿No sabes a quien pretendes robar?- respondió él.
-Claro que lo sé… ¡Capitán Farrel!- Respondí con seguridad apretando más aun el cañón de mi pistola contra su frente haciéndole retroceder hasta que su ebria cabeza chocó contra el roble en el que había orinado.
 De un violento manotazo el capitán apartó mi pistola haciendo que se me cayese de la mano, intentó sacar su larga espada del cinto pero rápidamente saqué el florete de mi cinturón y de un certero toque seccione las venas de la mano de Farrel que intentaba sacar la espada. La sangre que brotaba de sus venas rasgadas me asustó y cuando se incorporó con las manos ensangrentadas quiso agarrar mi cuello para ahogarme. Retrocedí un par de pasos y me alcanzó. Era un hombre corpulento y fuerte, incluso ahora que ya era mayor y estaba herido logró derribarme. Caí con él encima y los dos rodamos por el suelo fangoso. Sus manos, robustas, gruesas y ensangrentadas, apretaban mi garganta. Logré golpearle un par de veces en el costado con el mango de mi florete pero eso pareció provocar que las fuerzas del capitán creciesen. Solté mi florete sobre el barro y pude alcanzar la otra pistola que guardaba en la parte trasera de mi pantalón. La hundí fuerte contra su estómago y disparé. Las fuerzas del capitán se debilitaron y me lo quité de encima. Me puse en pié y vi como aquel viejo se arrastraba bocarriba, con las manos en el estómago, hasta apoyar la espalda contra el árbol sangrando por todas las heridas de su cuerpo. Nunca quise matar al capitán, solo quería su dinero. Avancé hacia él y con mucho  cuidado para no mancharme de sangre saqué la bolsa del dinero de su chaqueta, registré las alforjas de su caballo y guardé en mis bolsillos los objetos de valor que allí encontré. Vi como la vida del capitán se acababa aquella madrugada con un golpe de tos ahogado en sangre burbujeante. Monté en mi caballo y regresé sobre mis pasos para ver a Molly. Clavé mis botas en los costados del animal y corrí por los caminos enfangados, agachando mi cabeza para no golpearme con las gruesas ramas de los árboles. El viento frío helaba mi cuerpo. A lo lejos, las luces del pueblo. Las luces del sitio donde encontraría a Molly. Sacudí fuertemente las riendas para que mi caballo acelerase su trote hasta que llegué a mi destino entumecido por el frio.
Cuando abrí la puerta violentamente, entré y nadie reparó en mi llegada salvo ella que parecía que me estuviese esperando, sabiendo que de un modo u otro traía el dinero. Se recostó apoyando los codos en la barra de madera del bar y con un leve movimiento de mi cabeza le indiqué el camino que llevaba a su habitación. Mientras subía por las escaleras me sentía poderoso, no sentía miedo, me sentía fuerte, ningún peligro podía hacerme daño y pensé que ahora que el Capitán no estaba Molly podría llegar a quererme.
Entramos en la habitación. Nunca había estado en un lugar como ese. Me gustó oir crujir la madera del suelo cuando entré. Me detuve en mitad de la sala, era pequeña. Las paredes estaban recubiertas de una gruesa tela  de color verde con bordados dorados que hacían de aquella habitación un lugar cálido y confortable. Una gran ventana cerrada, frente a la puerta, ofrecía a través de sus cristales empañados por el frío y el roció de la noche, una vista del silencioso y frondoso bosque oscuro. Sobre una pequeña mesa, junto a la puerta de lo que intuí que podía ser el baño, un candelabro con tres velas encendidas situado junto a un jarrón de agua para el aseo alumbraba la escena. Otra mesita más, situada junto a la cama, completaba la decoración de aquel lugar. Seguí inspeccionando la instancia hasta que llegué a la cama situada junto a la ventana. Allí estaba Molly, alborotando su pelo negro y ondulado. Me dirigí hacia ella, la desnudé con urgencia mientras que la besaba, la arrojé sobre la cama y me tumbé sobre ella mientras que torpemente me bajaba los pantalones hasta las rodillas.
Horas más tardes aun seguíamos allí totalmente desnudos, sobre su cama, mi ropa llena de barro cubría el suelo de la habitación.
-¡Eh Molly! ¿Por qué no coges dinero de mi bolsa y subes otra botella de whiskey?- Le pedí mirando al techo.
No dijo nada, solo salió de la cama reptando entre las húmedas sabanas y rebuscó en mis ropas. Paró su búsqueda al descubrir la sangre de mi camisa, me sonrió nerviosa. Sacó la bolsa de dinero con la enorme “F  “que el Capitán Farrel había hecho grabar a fuego. Se envolvió en una sábana sudada y salió de la cámara.
Me quedé solo en la habitación mirando las botellas de whiskey vacías que poblaban el suelo y la mesita junto a la cama. Empecé a reírme y me di cuenta de que estaba completamente borracho y cansado. -Musha ring um a do um a da- Comencé a balbucear sin sentido, entre risas, mientras que rellenaba un vaso con los restos de cada una de las botellas que ya estaban vacías. Pensé en mi padre. Ese hombre nunca había disfrutado de nada parecido a lo que yo estaba disfrutando aquella noche. La fortuna nunca le sonrió, él nunca pudo estar en un segundo piso de un local como el “Whisky en la jarra”, ni mucho menos estar con una mujer como Molly. Levanté mi vaso y brinde por él.
Molly tardaba en regresar. Debían ser mucho más de las seis cuando entró en la habitación dejando caer al suelo la sábana que cubrían su cuerpo. Puso una de las botellas en la mesita y con los dientes sacó el tapón de corcho de la otra para abrirla. Me abrazó y bebimos a morro entre beso y beso. Nos tumbamos en la cama y seguimos abrazándonos, bebiendo, besándonos, sudando. En mi cabeza seguían las palabras sin sentido “Musha ring um a do um a da” y Molly no paraba de jurar que me amaría siempre.
La puerta se abrió de golpe y como un fantasma apareció el cuerpo tembloroso y moribundo del Capitán Farrel. Su piel estaba grisácea y brillante por el sudor, sus ropas manchadas de barro y sangre. Su mano izquierda sostenía un pañuelo teñido de rojo  que presionaba la herida de su estómago, la derecha mantenía en alto su larga espada que temblorosa apuntaba hacia mí. Farrel gritó entre espesas burbujas de sangre que salían de su boca “Maldito hediondo. ¿No sabes a quien pretendes robar?” Salté de la cama justo en el momento en el que la fina espada del Capitán atravesaba la almohada y quedaba clavada contra la pared. Busqué las pistolas de mis pantalones y las descargué contra Farrel que aguantó de rodillas sobre la cama unos segundos escupiendo largos caños de sangre oscura antes de caer junto a Molly que cubría su cuerpo desnudo con las sábanas contemplando la escena aterrorizada.
Han pasado cinco años y medio desde aquella noche en la que asesiné al Capitán Farrel. Mi celda es fría y de piedra. Un pequeñísimo agujero, no más grande que mi puño, permite que entre un frío rayo de luz. La cadena y la pesada bola que arrastro con mi pie derecho me están provocando una herida que con el paso del tiempo se está infectando. Probablemente terminarán cortándome la pierna.
Ahora, en mi soledad, pienso que aquella noche el whiskey me hizo un necio. Que no debería haber matado al capitán pero hubiera ido contra mis propias creencias de no haberlo hecho. Aquella noche todos estábamos en el mismo lugar, algunos eran cazadores, otros pescadores y lo único que yo quería era estar en la habitación de Molly.