miércoles, 7 de febrero de 2018

EL CAFÉ DE LOS LUNES



El café de los lunes no es mi mejor relato. ¡Ni de lejos! La veo una historia sencilla, simple, incluso previsible, diría yo, pero con mensaje.

¿Por qué la escribí? Porque no comulgo con esas personas que te incitan continuamente a salir de lo que llaman “Zona de Confort”. Muchas veces, las personas que no dan ese pasito más allá para mejorar sus vidas es porque no pueden, porque hay algo que se lo impide o porque se sienten bien estando donde están.
La primera parte, el planteamiento de la historia, podemos decir que está inspirado en mi vida real. Durante mucho tiempo, desde el colegio hasta el primer trabajo, para mí era un suplicio la conversación de ¿Qué hiciste este fin de semana?


EL CAFÉ DE LOS LUNES
 



Otro lunes más en la oficina. Gonzalo, con cuarenta años, trabajaba pesarosamente en su ordenador. Sin dejar de mirar el reloj de la computadora, esperaba a que llegasen las 10:15,  hora del café del desayuno. Era una persona  algo tímida, aunque luchaba por integrarse en el grupo de compañeros que, tras convivir con él durante los últimos siete meses en la oficina, aún no tenían claro si era un tipo raro o molaba, si era normal o tenía problemas de adaptación. Era consciente de la percepción que sus compañeros tenían de él al haber oído casualmente las numerosas conversaciones en las que aparecía como tema principal y eso le entristecía y dificultaba su empeño por integrarse.
Cuando el reloj  marcó las 10:15, sonrió y se dirigió hasta el pasillo donde, junto a la máquina de café, los empleados charlaban animadamente formando un círculo. Tuvo que pedir permiso para romperlo y llegar a la máquina para servirse un café. Aprovechando su incursión, se quedó formando parte del grupo donde, como cada lunes, se daban las novedades sobre cómo habían pasado el fin de semana cada uno de los empleados.
El tema era algo que le incomodaba profundamente, ya que sus fines de semana eran socialmente aburridos y faltos de interés para sus compañeros, casi se avergonzaba de ellos.
A él le gustaba pasar las horas del fin de semana en la habitación que había transformado en un taller donde montaba gigantescas maquetas ferroviarias mientras escuchaba discos de Willie Nelson. La NBA era otra de sus grandes pasiones desde que a finales de 1988, la segunda emitiese los partidos de madrugada en un programa llamado “cerca de las estrellas”, cuando él era un quinceañero. Por supuesto, su equipo era Angeles Lakers, que fueron los ganadores del título aquel año. Así pasaba sus fines de semana, entre trenes y partidos de baloncesto televisados.
Gonzalo, con gran resignación al oír el tema, se unió a la reunión con una tímida sonrisa, mostrando su vaso de papel lleno de café descafeinado y leche desnatada.  Casi sintió, por su problema de adaptación, que debía pedir permiso para entrar en la charla aunque sus compañeros jamás le habían dejado fuera, ni hecho el vacío.

-Bueno Gonzalo y tú ¿Qué has hecho este fin de semana? -Le preguntó Martínez.
-¿Yo?... Eh… -Comenzó a responder dubitativo- Bueno, he terminado de hacer la estación de trenes de mi maqueta y… En fin, ya me falta poco para terminarla. -Contestó finalmente satisfecho de su maqueta.
-Ajá. ¿Otra maqueta? -Preguntó su compañero.
-Sí, bueno, no… Es… La misma de la otra vez, construyo un poco cada fin de semana.
-Y… ¿Qué más has hecho? -Quiso saber su interlocutor.
-Pues… Vi el DVD de la final de los Lakers contra los Pistons. -Respondió secamente.
-Ya. -Contestó Martínez poco sorprendido por la respuesta. -Gutiérrez ¿Qué has hecho tú?
-Pues llamé a una amiga con la que hacía tiempo que quería quedar, es la amiga de una amiga, más bien. -Comenzó a contar Martínez, que llevaba tiempo deseando que llegase su turno para contestar. -Es una mujer muy guapa y ¡Tiene unas tetas gigantes! Nos fuimos por ahí, cenamos, nos tomamos unas copas y terminamos en su casa. Estuvimos todo el fin de semana…
Gonzalo, triste, desconectó de la conversación. Cabizbajo, siguió aferrado a su café pensando en las actividades que hacía todo el mundo, menos él, durante el fin de semana. Aunque en su fuero interno pensaba que no necesitaba ninguna actividad extra. Era feliz con sus maquetas, sus partidos de la NBA y sus cedés de Willy Nelson.
Unas risotadas del grupo y la colleja de uno de sus compañeros lo devolvieron al planeta tierra. Una mano lo zarandeo por el cuello mientras, entre lágrimas por la risa, repetía la última frase de Martínez donde explicaba con detalladamente una de las posturas del acto sexual de su compañero. Gonzalo, con el cuello dolorido, rió sin ganas, solo por aparentar y luchar por su propia integración en el grupo.

Aquel viernes, a la salida del trabajo se pasó por la tienda de maquetas, ya debían tener el pack de árboles para su estación, una caja con veinte abetos Douglas a escala N. Pasó las mañanas y tardes del sábado y del domingo detrás de sus gafas con lupas, trabajando los árboles cuidadosamente con su pincel, dándole los colores exactos para conseguir el mismo realismo que con el resto de la maqueta mientras Willy Nelson cantaba las mismas canciones de siempre. Las noches del viernes, sábado y domingo, las pasó tumbado en el sofá, viendo antiguos partidos de los Lakers, cenando comida china en un envase de cartón, mientras lanzaba contra una pequeña canasta enganchada a la barra de la cortina una pelota de gomaespuma, preguntándose por la estúpida y constante necesidad que tenían las personas realizando actividades que le ocupaban todo el tiempo libre del fin de semana.
Llegó la hora del café del siguiente lunes y la tradicional reunión para ponerse al día sobre lo que cada uno  había hecho durante el fin de semana.

-…Fue estupendo, es un subidón de adrenalina cuando te disparan con los lásers e intentas correr y esconderte para que no te duelan los disparos, porque en el peto que te ponen llevas unas placas metálicas con unos  sensores que te aplican una pequeña descarga eléctrica cuando alguien te dispara con su pistola laser. -Estaba contando Guerrero cuando Gonzalo llegó.
-Sí, es cierto, yo jugué el mes pasado y pensaba ir esta semana también pero al final mi mujer se empeñó en ir a ver una maratón de películas de cine europeo en los multicines Kinepolis, un puto coñazo de cine experimental. -Apuntó Delgado.
-Gonzalo ¿Cómo has pasado el fin de semana? ¿Qué has hecho? -Preguntó Martínez, que parecía ser el moderador de estas charlas. Gonzalo tragó saliva, era otro lunes más en el que no tenía nada interesante que contar.
-Bueno yo… -Volvió a titubear. -Vi la final de los Lakers en el 82 contra los 76´ers y también… Terminé de pintar los abetos Douglas de la maqueta… La maqueta de trenes. -Dejó de hablar cuando los comentarios y risas de sus compañeros cesaron ante el aburrimiento de su fin de semana.
-¡Pues yo me follé a la hermana de la de la semana pasada! -Retomó el tema Guerrero ante las renovadas risas de sus compañeros. Gonzalo también volvió a sonreír aunque esta vez con menos ganas y menos tiempo, sintiéndose mal consigo mismo.

El viernes siguiente, en la tienda de maquetas, habían traído nuevos pack de maquetas llamados “Pasajeros de estación IV” y “Bancos y farolas Mod. 32-B” para la estación. Esa misma mañana, durante un descanso, aún en la oficina, encontró en internet una nueva web con acceso directo a la final del 72 contra los Knicks y, mientras navegaba por la red, una ventana emergente de publicidad anunció una promoción de comida china, refresco y postre con reparto a domicilio. ¡El fin de semana estaba hecho! El sábado volvió a ocultarse tras sus gafas para pintar con meticulosa precisión los pasajeros que esperarían en la  estación. Por la noche, al lanzar desganado la pelota de gomaespuma contra la canasta falló el tiro y su comida china venía sin el sobrecito de la salsa agridulce.

Lunes por la mañana, otra vez. A Gonzalo ya no le divertía tanto saber qué habían hecho sus compañeros durante el fin de semana pasado, se sentía aún más desplazado del grupo cuando sacaban el tema. En la ronda de preguntas, finalmente, le llegó su turno y sus compañeros dejaron de sonreír y de comentar esperando con aburrimiento a que Gonzalo explicara qué parte de la maqueta había hecho ese fin de semana y qué partido de los Lakers había visto.

-¿Y tú Gonzalo? ¿Qué has hecho este fin de semana? -Volvió a preguntar Martínez.
-Este fin de semana... Pues yo… Eh… Yo este fin de semana he… -Dudó al responder.  No quería volver a contar lo mismo de todos los lunes, quería integrarse en el grupo y ser divertido como el resto de sus compañeros, así que hizo lo único que podía hacer, ¡Mentir! -Fui a… ¡Esquiar! -Terminó la frase satisfecho con su mentira.
Un silencio se produjo en la reunión, la respuesta sorprendió a todos y Gonzalo levantó las cejas como señal de victoria mientras que recorría las caras de asombro de sus compañeros. Finalmente fue Martínez, siempre Martínez, quien rompió el silencio.
-¿Esquiar? ¿En junio?
-Sí, fui a… -Gonzalo tragó saliva ante la situación en la que se había metido con su mentira. Necesitaba una respuesta convincente y la necesitaba rápido. -A Xanadú, al centro comercial Xanadú.
-Sí, es cierto, han montado una pista de nieve artificial y está muy lograda. Mis hijos fueron con mi ex el fin de semana pasado y se divirtieron mucho.

Gonzalo suspiró aliviado, se sintió orgulloso de su mentira pero había estado muy cerca de ser descubierto. Martínez seguía mirándolo incrédulo.

De camino a la tienda de maquetas y de  la tienda de maquetas a casa, cargado con el pack “Personal de estación Nº 5”, pensó en lo bien que se sentía habiendo ido a esquiar el fin de semana anterior, aunque fuera una gran mentira. Era como ser aceptado en la manada del grupo de los lunes junto a la máquina de café. Lo único que le preocupaba de su mentira era la falta de consistencia de la misma, había estado muy cerca de ser descubierto. Si quería seguir mintiendo debía trazar un plan, una agenda de actividades falsas que supuestamente realizaría durante los fines de semana de los próximos tres meses.
Al llegar a casa, ilusionado por su plan, pulsó el botón de play y subió el volumen para oír a Willy Nelson. Lanzó al sofá su portafolios y se dirigió al escritorio, del que apartó todos los cuadernos y libros sobre maquetas y extendió una enorme cartulina sobre la que comenzó a dibujar un enorme calendario en el que solo aparecían los lunes de cada mes y las mentiras a contar. Cuando lo terminó aplaudió dando un salto, emulando el gesto de su jugador favorito de la NBA.

Lunes tras lunes, a la hora del café, las mentiras de Gonzalo, tan elaboradas y detalladas gracias a las horas que pasó en internet buscando información, cargadas de pequeños detalles y anécdotas que le daban realismo al relato, entretenían a sus compañeros. Aprendió a mentir con tal perfección que casi se creía sus propias historias. Poco a poco los lunes se sucedían haciendo que Martínez le preguntase a él primero, ya nadie quería oír otras historias, ni siquiera los ligues de Guerrero les entretenían tanto. Se había convertido en el centro de atención del café.

-… Pues he estado haciendo un curso de submarinismo en Conil. Es un espectáculo. Estar sumergido bajo el agua, sentir tu propia respiración, quedarte inmóvil hasta que los peces se acostumbren a tu presencia y que luego te dejen bucear con ellos. Es muy curioso, si los sigues te enseñan sitios entre las rocas a los que nunca irías por tu propia voluntad. Además, te pillas el AVE y desde la estación de Santa Justa coges un tren a Cádiz y llegas el mismo viernes… Equitación, conseguí unos paseos de hora y media en la escuela de equitación de Villanueva de la cañada ¡Madre mía, cómo se mueve un bicho de esos! Y, además, son enormes. Nunca había visto un caballo de cerca y tienen una cabeza tan grande como las tetas de la que se folló Guerrero la semana pasada. Total que ya me quedé en el pueblo paseando, os sorprendería la de ruinas y castillos antiguos que hay por los pueblos de España y que no visitamos… ¡Deportes extremos! El sábado hicimos  puenting  y el domingo paracaidismo. Eso sí que es una descarga de adrenalina y no lo de los lasers del mes pasado. Santo dios, un tío muy gallito que quiso saltar el primero, que incluso casi salió a hostias con otro con tal de saltar antes que nadie, bueno pues en mitad del salto, de la adrenalina y el subidón que te entra ¡Se cagó en los pantalones! ¡En serio! Y eran de color claro… Joder, nadie quiso saltar con el mismo arnés… Noche de miedo en Aranjuez, en serio, no pienso ir más. Al principio te lo venden como un espectáculo, una cena, las luces que parpadean, un par de tíos disfrazados en plan fantasmas, muy logrados, eso sí, pero lo quieras o no, sabes que son actores. La cosa es que tras la cena, cuando casi todos se fueron a sus habitaciones a dormir, vi al monitor hablando en petit comité con algunos de los del grupo y planearon una sesión de espiritismo, por supuesto que me apunté y vaya acojone…

Llegó el último fin de semana del mes de septiembre y Gonzalo se sentó frente a su enorme maqueta, se colocó sus gafas con lupas, eligió cuidadosamente un pincel tras examinarlos todos a través de las lentes de aumento y extendió la mano para coger algo con lo que trabajar… Soltó al maquinista y luego al revisor, y a la señora que empujaba el carro de su bebe. Los pasajeros y árboles, los trenes y bancos, las montañas y railes estaban terminados. Tras meses y meses de dedicación, por fin la maqueta de trenes estaba terminada. Soltó las gafas en un lado de la mesa de trabajo y, recostándose aburrido, sin nada que hacer, en el respaldo de su silla, contempló el calendario de actividades falsas. Ese lunes tendría que contar lo emocionante que fue montar en moto de agua en las playas de Denia y lo bien que comió en un restaurante que encontró en el paseo marítimo llamado “Estanyo”, y lo tranquilo y relajado que estuvo en el Spa del hotel.
Se quedó mirando fijamente aquella cartulina en la que, a rotulador azul, estaba reflejada la vida que realmente le hubiera gustado vivir, los momentos que jamás sucedieron. Se sintió vacío y triste. Alargó la mano, apagó el equipo de música con el mando a distancia y volvió a mirar la cartulina. Se frotó los ojos, miró los trazos rojos en forma de cruz que marcaban los fines de semana que había dejado pasar, consultó su reloj y, por última vez, miró la última fecha del calendario titulada: Playa Denia.

Quince horas más tarde, embutido en un traje corto de neopreno y riendo a carcajadas como un niño pequeño, le temblaba el cuerpo sintiendo, por primera vez en mucho tiempo, algo real: Los 250 caballos del motor de una moto de agua sobre las olas del mar.