viernes, 24 de abril de 2020

PRIMAVERA PLATEADA

Esta historia fue lo que la canción Silver Springs de Fleetwood Mac me inspiró cuando sonó por el hilo musical de la cafetería en la que trabajaba. Hacía poco que había leído Rebeldes y La Ley De La Calle, de Susan E. Hinton , ambientadas en la América de mediados del siglo pasado. Como cantaba Un Pingüino En Mi Ascensor, yo también quise ser un Teenager Norteamericano, así que en agradecimiento a Susan y a todos los personajes que tanto me entretuvieron en aquellos meses de aquel verano, decidí escribir esta historia que no es más que la descripción literaria de un instante.


PRIMAVERA PLATEADA



Salió del agua en mitad de la noche con los vaqueros empapados. La camisa abierta se le pegaba mojada al cuerpo dejando ver su pecho enjuto y blanquecino, con la cicatriz del navajazo mal curado que le propino a traición Benny Farretsi en el gimnasio del instituto tres años antes. Se apartó el pelo de la cara y el agua recorrió sus mejillas mezclándose con las lágrimas. Nunca había llorado, ni siquiera cuando a los seis años su padre los abandonó dejando a su madre en un mar de deudas y facturas por pagar. Pero aquella noche sí, aquella noche todo su mundo se vino abajo y decidió ahogar las penas con la botella de burbon que había robado en la gasolinera de su mejor amigo, y a él mismo en el océano. Sonrió como un demente cuando se imaginó lo que debía parecer al salir del agua.
Miró a su alrededor y no vio nada. Sintió que sus pupilas, dilatadas por el alcohol y las drogas, no conseguían enfocar nada. Intentó salir del agua. Sacar los pies, que con el vaquero mojado ahora pesaban el doble, de la orilla, pero el golpe de una ola le hizo perder el equilibrio y caer tragando un enorme buche de agua salada. Escupió algo de sangre del labio que se mezcló con un hilo del vomito provocado por el alcohol y el agua, mientras a cuatro patas intentaba encontrar la botella de burbon medio vacía que el mar le arrebató. Sintió la pérdida y rió amargamente por su suerte mientras salía del agua a gatas, intentando ponerse en pie, pero una nueva ola le volvió a hacer caer y decidió sentarse en la orilla, donde cada nueva ola le bañaba suavemente las piernas y la parte baja de la espalda. Sintió paz y tranquilidad, cosas que no sentía desde hacía mucho tiempo.
Dejó de sonreír, de llorar, de sentir frío y soledad. Se preguntó cómo había llegado a aquella forma de vida. Recordó como apenas cuatro años atrás, en aquella primavera plateada del 52, fue elegido mejor jugador del equipo de fútbol y más tarde rey en el baile de fin de curso junto a aquella otra chica de la que no recordaba su nombre. Aquellos fueron los únicos actos civilizados que había habido en su vida y fueron el comienzo de la nueva vida que le haría entrar en la universidad, ser un hombre de bien y de provecho, la persona opuesta a lo que su padre había sido. O al menos eso pensó él mientras la banda tocaba Blue Moon en el gimnasio del instituto y él bailaba lento con Sue… -Sue Goldman ¡Ese era su nombre! -Sonrió al recordarlo. Pero ¿dónde se estropeó todo? ¿Qué le hizo dejar el equipo de fútbol, el instituto, caer en aquella espiral de delincuencia juvenil, de alcoholismo y drogadicción? Volvió la cabeza a un lado, intentando encontrar las respuestas en la espuma del mar que manchaba los bajos de su camisa.
La voz distorsionada por el megáfono y por las drogas hablaba. No sabía cuál era el mensaje, pero la oía. Las luces azules y rojas le daban dolor de cabeza y los focos de los coches de la policía le cegaban cuando le apuntaban a los ojos. ¿Cuánto tiempo llevarían ahí? Podrían ser horas y él no se hubiera enterado.
-¡Tire el arma y permanezca sentado!- Eso es lo que gritaba el policía, ahora podía oírlo.
El arma, no recordaba llevarla encima, pero tenía lógica. ¿Cómo si no habría robado en el drugstore? ¿O robado el coche a aquella pareja de novios para huir por el canal y dar esquinazo a la pasma? Ahora empezaba a recordar detalles. -El arma. -Balbuceó su cerebro. Lentamente, sin ser consciente de su situación, recorrió la playa con la mirada, contó el número de coches y policías que a menos de diez metros le apuntaban a la cabeza. Aceptó su inferioridad en aquel escenario. Se rindió y lentamente levanto las manos en señal de sumisión. Intentó levantarse a pesar de las claras indicaciones de la policía apoyando una mano en la arena. A duras penas lo consiguió y su alargada, delgada y mortecina figura quedó en pie medio desnuda frente a los coches de la policía.
-¡Tiré el arma y vuelva a sentarse!
Le costaba entender las ordenes, pero se las podía imaginar, la luces y el alcohol aumentaban su dolor de cabeza y le impedían tomar decisiones con rapidez. Con temblores, bajó lentamente el brazo derecho para sacar el arma que tenía en la parte trasera del pantalón. La policía se puso tensa y él oyó como los oficiales amartillaban sus revólveres. Rápidamente, asustado subió la mano un instante y la volvió a bajar para tirar el arma a la arena, mientras el brazo izquierdo seguía en alto con la palma de la mano abierta. Con dos dedos sacó y enseñó la pistola a la policía. Su cabeza, torpe y embotada, emitía mil órdenes a la vez al resto de su cuerpo, mientras los oficiales no paraban de gritarle que la tirase. Un sargento apoyó la escopeta contra la puerta abierta del coche. -Calma- intentaba decirse a sí mismo -Calma. -Un leve gesto de su mano, mal interpretado por uno de los oficiales, bastó para que el sonido de un disparo se oyese en toda la playa.  Sintió una punzada en mitad del pecho y cómo se le llenaba de aire frío. Le faltaba el aire. Por la inercia del disparó, su cuerpo se balanceó y el brazo del arma se levantó apuntando a la policía. En menos de dos segundos todos los oficiales descargaron sus armas contra el joven que cayó bocarriba, mientras las olas del mar cubrían a rítmicos intervalos su cuerpo lleno de agujeros.
Así fue el final de Randy Lee en aquella noche de verano.

sábado, 28 de marzo de 2020

NÁUFRAGOS



POR AMOR AL ARTE
La historia de Náufragos
(así lo recuerdo yo)

Llevaba bastante tiempo queriendo escribir esto y ahora, en estos días en los que nos vemos obligados a permanecer en casa, entre apuntes de clase y la consecución de mi segunda novela, he podido encontrar el momento justo para hacerlo. Quiero hablar de una idea, del sueño que tuvo una vez una mujer - María Carmona - y por él luchó hasta verlo hecho realidad. Tuve la suerte y el gusto de poder colaborar durante algunos años en él y lo hicimos, tanto ella como yo como todo el mundo que pasó por sus citas, por amor al arte.

Náufragos era - y es - una plataforma cultural en la que, en cada reunión abierta al público, activistas de todas las artes podían participar dando una muestra de sus trabajos. Lo hacían de una manera altruista, por compartir, por darse publicidad, por aprender y adquirir tablas, ya que náufragos nunca fue concebido como una actividad mercantil para beneficio económico de su creadora, sino como un lugar donde la cultura, al alcance de todos, rebosase y donde cualquier persona pudieran beneficiarse de ella de forma activa o como mero espectador, pero siempre gratis.

Náufragos tuvo un accidentado y aislado estreno una tarde -en la que, tal vez por los nervios causados por la ilusión del primer día o la inexperiencia de un espectáculo como aquel, la hora de comienzo se postergó hasta casi la noche- en un pequeño restaurante de Mairena del Aljarafe llamado Cañas y Barro, allá por el verano de 2016. Pocas fotos y pocas anécdotas, salvo el citado retraso, quedan de aquella primera velada.

No sabría si llamarlo todavía primera temporada o subrayarlo como segunda, pero meses más tarde, ya en 2017, gracias a Alejandro Delgado, hostelero con talento y capacidad tanto para la poesía como para la pintura, y que por aquel entonces regentaba un bar llamado La Bañera situado en la calle Alcázares, Náufragos retomó en dicho local su actividad de manera continuada hasta el principio del siguiente verano. En aquella temporada la actividad era frenética, exigiendo la dedicación de gran cantidad de tiempo y esfuerzo, ya que, incansablemente, las citas se hacían semana tras semana en la tarde/noche de los jueves. Acudí a aquellas citas -como espectador- tantas veces como mi agenda laboral me lo permitió y tengo que admitir que fue mi época favorita de esta plataforma cultural. Allí, en una atmósfera canalla, donde tras el fino y apagado hilo de voz de la poetisa o el castigado tono del cantautor y su guitarra se mezclaba con el de los vasos de cristal que tintineando vacíos ya de cerveza y ensuciando el ambiente, escritores noveles, ilusionistas, monologuistas e incluso atrevidos espectadores del público con el micro abierto en la fase final del espectáculo, eran presentados por la directora de la plataforma acompañada por su amiga Inma a la vez que disfrutaban del espectáculo que habían creado. Náufragos tenía un público, a veces irrespetuoso con el artista, fruto del alcohol, pero siempre emocionado porque lo que se contaba allí, llegaba y se sentía tan adentro que más de una lagrima rodó y más de un desnudo esporádico a ritmo de flamenco se vio. Y es que náufragos no era solo algo que se quedase entre las grisáceas paredes y las cristaleras repletas de post it con las opiniones de los que visitaban la bañera. Náufragos llevaba su buen hacer y su altruismo más allá, con diferentes sorteos y colectas para recaudar fondos que posteriormente eran entregados a las diferentes asociaciones que su creadora hubiera decidido con antelación. Protectoras de animales y emergentes compañías de teatro se beneficiaron de la generosidad de náufragos y de sus artistas. Digo de sus artistas porque multitud de los que pasaron por sus tablas donaron ejemplares de sus libros o de sus maquetas musicales para que estas fueran subastadas o sorteadas en el último momento con un improvisado bingo fabricado con bolas de papel cuyos números escrito con tinta azul de bolígrafo se mezclaban en una bolsa de plástico de algún supermercado oportuno.

En septiembre de aquel mismo año, tras el cambio de gerencia en La Bañera -con la que tan buena sintonía se había logrado- la sede y el centro de reuniones de Náufragos volvió a cambiar, y no fue ese el único cambio. Para aquella nueva temporada, la plataforma decidió contar conmigo prescindiendo así de Inma. Tal vez fuesen mis estudios de producción de audiovisuales, o mi ilusión por participar en aquel proyecto que no dejaba de crecer lo que hizo que María me lo propusiera, en cualquier caso, no dudé en tomar el relevo. Ya a bordo de aquella balsa y junto a María, tuvimos una reunión con otro hostelero, dueño de un pub nocturno de calle Feria llamado Doctor Bar. Su nombre también era Alejandro y mostró una magnífica disposición por una mutua colaboración que ayudaba al mundo del arte. Junto a Alejandro y al Doctor Bar -y sus subvenciones económicas- el concepto Náufragos creció. Personalmente aporté experiencia a la hora de organizar los eventos -siempre bajo la supervisión final de su directora -, aporté mi corta agenda de amigos y conocidos artistas. Parte de mi labor consistió también en estandarizar todo, nos equipamos con pulseras y camisetas con el logotipo de plataforma para las presentaciones, compramos el material necesario para hacer los sorteos de una manera un poco más seria y rigurosa (Bingo, papeletas, bolsas en las que guardar los regalos). Comenzábamos y terminábamos las reuniones anunciándolo con canciones que sonaban por los altavoces del pub. Canciones que pretendíamos fuesen el himno de la plataforma. Canciones que con él tiempo debían hacer que tanto participantes como espectadores, al cabo del tiempo, las relacionasen con su –esperábamos satisfactorio –paso por Náufragos. Para comenzar las sesiones nos decantamos por La Balsa, del grupo argentino Los Gatos, para cerrarlas elegimos Los Restos Del Naufragio de Enrique Bunbury. Se decidió, previo al inicio de la temporada, con el fin de que aquel sueño ilusionante no se convirtiera en una asfixiante pesadilla, pasar de tener una convocatoria semanal a una mensual respetando igualmente la noche del jueves como día de reunión. También ampliamos la oferta de invitados en un intento de llegar a más público. Fueron invitados profesionales tanto del mundo de las artes marciales -que nos dieron charlas para evitar físicamente la violencia contra las mujeres-, como psicólogos que nos hablaron de diversos temas. Lamentablemente, la decoración rojiza, casi aterradora para nuestro público objetivo, de nuestra nueva sede y el público compuesto por los parroquianos del bar, no nos acompañó en aquella temporada que finalizó en la primavera del 2018.

Fueron muchos los locales que en aquella época mandaron correos a la cuenta de la plataforma ofreciéndonos acuerdos para realizar allí nuestra actividad el siguiente año. Todas fueron estudiadas y numerosas salas y cafeterías visitadas y estudiadas. No solo eran los empresarios los interesados en tener a Náufragos en sus locales, sino que poco antes del cierre de aquella temporada, habían aparecido otras plataformas imitadoras, por así llamarlas, de aquel proyecto que creó María hacía ya años. Plataformas que no solo se dedicaban a copiar un formato que resultaba exitoso y novedoso en la ciudad de Sevilla, sino que de alguna manera robaban a los artistas que estaban comprometidos con nuestra plataforma obligándonos a modificar nuestra agenda con pocos días, a veces incluso horas, de antelación.
Los tentáculos y contactos de la directora de la plataforma parecían no tener límites y una nueva y definitiva oferta llegó a su mesa. Esta vez se trataba de Casa Del Libro y el correo venía firmado virtualmente por el director - y amigo - de la tienda situada en la Avenida Diego Martínez Barrio, Daniel López. De esta manera y tras una sentida charla telefónica con Alejandro, en la que le expresamos todo nuestro agradecimiento por el trato recibido el año anterior y que él correspondió deseándonos toda la suerte del mundo, pusimos punto y final a la etapa con Doctor Bar y nos decantamos finalmente por Casa Del Libro, lugar donde a día de hoy náufragos sigue funcionando cada sábado.

Por fin, a pesar de perder la subvención económica que nos concedía Alejandro, náufragos había encontrado un lugar adecuado para el desarrollo de su actividad. Las instalaciones de Casa Del Libro – gradas y sillones para los asistentes, mesa de conferencia con micrófonos, un espacio lateral libre donde ubicar el equipo de sonido para las actuaciones musicales – Ofrecían todo tipo de comodidades tanto para el público como para los artistas. Gracias a la capacidad de difusión que Casa Del Libro tenía, el público creció tanto en número como en calidad. Se pasó de un público que venía avisado por el artista de turno -cuando lo hacía- o que simplemente se estaba tomando una cerveza en el bar en cuestión, a un público más adecuado que acudía alertado por el anuncio en las redes sociales o simplemente atraído por el espectáculo cuando iba en busca de algún libro.

La siguiente temporada, la del aun cercano 2019, mantuvo el buen ritmo de ese primer año de Náufragos en Casa Del Libro, pero debido una serie de desacuerdos con la dirección a la hora de realizar algunas de las gestiones propias de la actividad, decidí -dolorosamente- poner fin a mi colaboración con la plataforma, volviendo a ser un simple espectador desde la grada cuya participación se limitaba meramente a hacer alguna que otra pregunta al artista del momento.

Amigos, esta es la historia viva de un magnífico proyecto que, año tras año, sorteado dificultades, buscando la mejor manera de crecer, dando pasos no solo hacia adelante sino hacia atrás cuando ha habido que corregir cosas, sigue adelante potenciando el arte y la cultura. Por náufragos han pasado multitud de artistas: músicos, fotógrafos, ilustradores, magos, pintores, ilusionistas, cómicos, poetas, escritores, psicólogos, actores y un largo etcétera a los que nuevamente les doy las gracias en nombre de la plataforma. Algunos de ellos reconvertidos en buenos amigos que siguen mejorando cada día, cumpliendo sus metas, siendo felices y en definitiva haciendo feliz a la gente con su arte. Un proyecto que yo, ahora desde la lejanía tanto física como temporal, aplaudo y animo. Vamos a crear más náufragos, vamos a apoyar la vuelta -más aun si cabe -  de plataformas, de grupos con inquietudes artísticas y asociaciones como náufragos.