domingo, 4 de junio de 2017

THE STONEWALL



Hace aproximadamente un año, al volver tarde a casa del trabajo, tomé una ducha y me tumbé en la cama a ver la televisión. Encontré un interesante documental sobre uno de los momentos de la historia que quizá sea desconocido para mucha gente: Los disturbios de Stonewall y el nacimiento de la celebración del Día Del Orgullo.
Aquel documental me impactó, me hizo ver de forma muy diferente esa festividad. Estaba narrado por los homosexuales que vivieron en primera persona esos disturbios y estaba acompañado por fotos reales tomadas en aquellos días.
Pensé que ahí había una buena historia para contarle a la gente y, como os digo, casi un año después, acercándose las celebraciones del Día Del Orgullo Gay, aquí os lo traigo.
Podría dedicárselo con mucho cariño a los amigos gays que he ido haciendo a lo largo de la vida, pero eso sería quedarme corto. Mejor se lo quiero dedicar a todas aquellas personas que lucharon por los Derechos Humanos y de una forma u otra dieron un pequeño pero valiente paso adelante para lograr que este  mundo sea un poco mejor.


T H E    S T O N E W A L L


A lo lejos, en la oscuridad del túnel, veo la pequeña luz amarillenta acompañada del infernal ruido del vagón maquina metro. El viento de los vagones llegando remueve los papeles que cubren el suelo de la estación. Contra mis pies choca un ejemplar del NEW YORK POST, me fijo en la fecha de publicación, 28 de Junio  de 1970, es hoy mismo.
Con un desagradable pitido, las puertas del vagón se abren. Entro y, tras analizar los asientos, me siento en el primero que veo, aunque la mayoría estén vacíos. Cruzo la piernas nervioso y comienzo a mordisquearme las uñas de las manos, en pocos segundos me he destrozado el esmalte y me pregunto si el sudor habrá hecho que se me corra el rímel. Decido entonces cruzarme de brazos e intentar estar lo más tranquilo posible. Sé que el trayecto desde el barrio de Greenwich Village hasta Central Park, donde tendrá lugar la manifestación, puede ser peligroso.
Me dedico a mirar cautelosamente a los viajeros que viajan en este solitario y sucio vagón. Todos me miran, cada uno de diferente forma. La madre de raza negra lo hace con cierto temor mientras que abraza a su pequeño hijo envuelto en una manta de vivos colores; un viejo borracho, acomodado contra la pared del vagón, lo hace con tal indiferencia que me hace dudar si realmente me  mira a mi o solo tiene la mirada perdida en mi dirección; un hombre con gafas de pasta y un traje gris claro de algodón me mira con disgusto, incluso siento algo de repulsión en su cara y me hace sentirme pequeño.
El tren salta sobre los raíles y nos hace tambalearnos a todos. El bebé negro llora y su madre lo calma dándole palmaditas en la espalda, el viejo parece despertar de su letargo durante unos segundos y se vuelve a dormir con los ojos abiertos.
Bajo la mirada y miro mis mocasines rosas, están muy sucios tras la última pelea. “Tras la última pelea”, me repito mentalmente y me pregunto ¿Cuándo será realmente la última? Hoy se cumple un año de lo que la prensa llamó “Los Disturbios Del Stonewall”. Aquello fue algo realmente necesario. Era normal que los gays, lesbianas y transexuales de la ciudad explotásemos ante tanta represión policial. El año pasado fue la gota que colmó el vaso. Cuatro agentes de uniforme, acompañados por dos detectives vestidos de civil, entraron sobre la 1:30 de la madrugada en el Stonewall, el bar donde nos sentíamos libres para bailar y alternar con otros homosexuales. Irrumpieron sin previo aviso, anunciando su presencia a gritos, rompiendo todo a su paso y empujando a los clientes hasta la parte trasera del local. Apagaron la música y encendieron todas las luces. Algún cliente vio cómo fuera del local unos furgones policiales aguardaban. Como de costumbre, nos ordenaron sujetar nuestra identificación en la boca y colocarnos en dos filas, según nuestras vestimentas, para ver quién era hombre, mujer, transexual o travesti. Las mujeres policías cacheaban a los que iban vestidos de mujer mientras que los hombres hacían lo propio con las personas vestidas de hombre. Una vez tenían controlada la situación, uno de los detectives hizo una llamada con el teléfono público del bar y el resto de policías que esperaban en el camión entraron al local creando un caos cuando cerraron las puertas dejando dentro a las más de doscientas personas que allí habíamos. Todo se torció cuando un policía enorme se propasó al cachear a una que llevaba el pelo corto y vestía ropa de hombre. La mujer se revolvió y le pegó un puñetazo al policía rompiéndole la nariz. ¡Quién lo iba a decir! Aquel puñetazo cambiaría el rumbo de la historia y sentaría las bases para mejorar los Derechos Humanos. Rápidamente se formó una batalla campal dentro del Stonewall y los policías no dudaron en usar sus porras para golpear a los clientes mientras estos se escondían en los baños o les hacían frente lanzándoles botellas o los taburetes de la barra. Algunos clientes consiguieron arrebatar las porras a los policías y las usaron violentamente contra ellos.
Fuera, los furgones vacíos de la policía y los gritos que se oían de la pelea, pusieron en alerta a todos los vecinos del barrio, que apoyaban la libertad sexual. La pelea entre clientes y policías salió a la calle y se extendió un par de calles más allá. Refuerzos, tanto policiales como de vecinos y amigos de gente que estaba en el bar, llegaban sin cesar a la batalla. No sé cómo logramos mantenernos firmes y fuertes ante aquella brutalidad policial pero, finalmente, logramos separar a la policía en dos grupos que a su vez quedaron divididos en otros grupos más pequeños. Fue tanta la rabia y la frustración contenida por las injusticias que habíamos venido sufriendo que, finalmente, la policía, desarticulada, se retiró con un gran número de heridos. Decenas de clientes homosexuales también necesitaron ayuda médica y otros tantos fueron detenidos. El resto de los que allí quedaban levantaban las manos formando la letra “V” con sus brazos en señal de victoria. A las 4:00 de la mañana las calles estaban desiertas, algunos coches habían sido quemados en la reyerta, los semáforos y las señales de tráfico habían sido arrancados del suelo para usarlos contra la policía. No había quedado en pie ni un solo  parquímetro, el suelo estaba lleno de cristales rotos de botellas, marquesinas de paradas de autobuses y de los escaparates de los comercios. Nada quedó en pie. Aquella noche habíamos ganado y nos sentíamos felices, aunque sabíamos que aquello no quedaría así y que habría represalias.
Un par de días más tarde hubo una reunión de homosexuales, transexuales y de todas aquellas personas que no fuesen heterosexuales. Finalmente nos asociamos como colectivo.
Hoy la lucha sigue activa, la homofobia sigue latente. Hoy celebramos el aniversario de nuestra revolución en el Stonewall, el colectivo de gays y lesbianas nos manifestaremos en Central Park para exponer a la opinión pública nuestros derechos y peticiones.
¿Tengo miedo? Por supuesto. Aún no hemos conseguido el permiso del ayuntamiento para manifestarnos. Nos han amenazado con poner bombas, con dispararnos. No sabemos qué nos espera en Central Park. No sabemos si será una encerrona y la policía nos estará esperando para apalearnos o si serán los ciudadanos más intransigentes y homófobos los que nos aguardarán para lincharos. Aún queda una pequeña posibilidad de que todo salga bien. Pero ¿Quién sabe? Si al menos supiera cuantos compañeros valientes han decidido ir a esta marcha me consolaría bastante. Tal vez haya al menos diez o veinte. Ojalá llegase a contar cincuenta. Si fuéramos cien o doscientos ocuparíamos las portadas de los periódicos, estoy seguro.
El tren se detiene bruscamente y entra un joven sudamericano. Es delgado, de baja estatura, el pelo rizado muy negro y brillante peinado hacia atrás. Tiene un fino y bonito bigote negro. Su piel es morena y viste una llamativa camisa color rosa con motivos florales dorados. Me mira y me sonríe tímidamente, se sienta frente a mí. Le devuelvo la sonrisa y los dos sabemos que vamos a manifestarnos. El metro reanuda  la marcha y pienso que una cosa es segura, ¡no estaré solo! Dejo de mirar al joven sudamericano. Vuelvo a morderme las uñas pero rápidamente me detengo al volver a ver el esmalte descascarillado.
Pasa el tiempo y las imágenes violentas de hace un año pasan por mi cabeza. Vuelvo a sentir miedo. Con un chirrido de ruedas, el vagón se detiene y suben un par de hombres vestidos con gruesas cazadoras negras sin abrochar. Bajo ellas, camisas blancas sudadas muestran un enorme pecho fornido cubierto de vello adornado por unas gruesas cadenas. Los vaqueros ceñidos hacen que mi mirada se desvíe hacia la abultada entrepierna del más alto pero pronto reparo en la navaja que se adivina en el bolsillo y dejo de mirar. Intento no prestarles atención pero el más bajo de los dos comienza a hablar.
-¿Eh Zazzo? ¿Has oído las noticias de hoy?-  Pregunta irónicamente.
-No,  no las he oído Two hits. ¿Qué decían?- Responde Zazzo siguiendo el teatro que había empezado su amigo.
-Dicen que hoy va a haber una manifestación de mariquitas. Se van a reunir en Central Park para exigir… derechos. Quieren tener derecho a… darse por el culo. Quieren darse por el culo libremente. ¿Te lo puedes creer?
Levanto la mirada durante un breve periodo de tiempo deseando que no me estén mirando. Afortunadamente miran al chico sudamericano que se siente intimidado.
-Ojalá tuviera a uno de esos sarasas delante ahora mismo, le daría un buen repaso con mi navaja para curarle.
-Sí… Me estoy preguntando una cosa Zazzo.
-¿Qué te preguntas?
-Me pregunto si en este vagón habrá algún mariquita, alguna princesa, que quiera manifestarse. Estoy muy interesado en saber cuáles son sus derechos.- Dice Two hits avanzando lentamente hacia el joven sudamericano hasta situarse a su lado.
-Sí, es cierto, pero no veo ninguno en este vagón… ¡Qué extraño!- Continua hablando Zazzo mientras avanza para situarse junto a su amigo rodeando al joven.
-Los mariquitas deberían llevar algún distintivo para poder reconocerlos  por la calle, así no nos contagiarían. ¿No crees?- Los dos macarras dan un pequeño paso y cercan aún más a su presa dejándole a la altura de la cabeza sus entrepiernas.
-Sí, no me gustaría nada que un mariquita me pegase esa enfermedad.
-Son una lacra. El alcalde debería meterlos a todos en chirona.
-Eso supondría un gasto. Deberían encadenarles una piedra al cuello y arrojarlos vivos al Hudson para que se ahogasen en el rio.
-Oye ¿Este tipo tiene pinta de ser marica? ¿No crees?- Pregunta Two hits señalando al intimidado viajero.
-Sí, es cierto. Parece mariquita. Aunque no estoy seguro ¿Sabes? Deberíamos preguntárselo.
-¡Eh disculpe! Mi amigo y yo nos estábamos preguntando si es usted… homosexual. ¿Se dice así verdad? Homosexual.
-Sí, homosexual es la palabra correcta, aunque yo prefiero llamarlos Chupapollas.- Explica Zazzo.
-Sí, chupapollas se entiende mejor. ¿Eres un chupapollas?- Pregunta Two hits dándole un golpe en la nuca al acobardado joven.
-Eh, fíjate Zazzo… Este tipo no responde, no habla nuestro idioma. Supongo que será porque es portorriqueño.
-¿O tal vez es por ser un puto soplanucas?
-Tal vez sea eso, tal vez los maricones no hablen nuestro idioma.
-¿Es eso princesita? ¿Te han dado tantas veces por el culo que se te ha olvidado hablar nuestro idioma?- Pregunta Zazzo dándole otro golpe más fuerte, está vez en la cabeza.
-¿Qué hacemos con este mariquita?
-Deberíamos matarlo aquí mismo.- Responde Zazzo, dejando ver el bulto de su navaja en el bolsillo. En ese momento el vagón vuelve a detenerse y las puertas se abren. En un abrir y cerrar de ojos, el joven asustado se levanta y con un empujón se abre un hueco lo suficientemente grande entre sus agresores como para poder salir corriendo del vagón. Los macarras lo persiguen por la estación mientras gritan “Sal de nuestro metro maricón, lárgate de América”. El vagón cierra sus puertas y el tren reanuda su marcha.
Todo se vuelve oscuro, suspiro y empiezo a llorar de impotencia. Siento miedo, apenas quedan dos paradas para mi destino y sé que allí habrá cientos de Zazzos y de Two hits esperándonos.  Quiero volver a casa, no quiero manifestarme, esto no cambiará nunca, no ha cambiado para los negros, no ha cambiado para las mujeres. ¿Para qué tanto sufrimiento? En Stonewall tuvimos un golpe de suerte, al igual que las siguientes noches pero ¡ya está! Todo seguirá siendo igual. Me limpio las lágrimas con el puño de la camisa. Me pongo en pié y espero frente a la puerta del vagón. El tren se para, las puertas se abren y bajo pero… No ando. Algo me impide avanzar, algo me dice que la lucha continúa. El pitido que indica que las puertas del metro se van a cerrar, suena. ¡NO! Me digo a mí mismo, y vuelvo a subir al tren. Sigo con miedo pero sigo en la lucha.
El trayecto desde la última parada hasta Central Park se  hace corto, casi no tengo tiempo para pensar y sigo con esa sensación de miedo. El metro se detiene y las puertas vuelven a abrirse. Bajo del vagón y oigo los gritos de angustia que llegan desde la calle. La policía debe estar ya cargando contra los pocos manifestantes que se hayan atrevido a reunirse. La respiración se me entrecorta, mi corazón se acelera. No quiero salir a la calle pero una extraña fuerza me empuja a salir de la oscuridad de la luz mortecina del metro hasta la superficie. Subo los estrechos y sucios escalones de la boca del metro y poco a poco los rayos de la luz del sol iluminan mi cara, las voces son cada vez más claras, más nítidas, oigo tambores y silbatos. Sorprendido entiendo que no son gritos de angustia sino vítores y lemas pegadizos a favor de los derechos de los homosexuales. Cuando por fin salgo de la estación, quedo sorprendido ante los miles de personas que están desfilando tras una enorme pancarta, cantando acompañados por su propio batir de palmas.
Me quedo paralizado ante tal espectáculo, jamás los homosexuales habíamos sido capaces de concentrarnos para manifestarnos de tal manera. Una mujer que coge de la mano a una chica me da un papel y me grita “Únete a la manifestación, reclama lo que es tuyo” La otra chica la ayuda a convencerme informándome de que hay manifestaciones multitudinarias simultaneas San Francisco y en otras ciudades. Un tipo enorme con bigote, vestido de mujer me pide disculpas al empujarme y se dirige al grueso de la manifestación.
Sin duda, esto que va a pasar hoy, es algo importante para los derechos humanos y quiero formar parte, quiero sentir que yo formo parte de este cambio. Comienzo a correr y me sitúo tras el tipo que me ha empujado y que poco a poco se entremezcla con el resto de los manifestantes. Me pierdo entre la muchedumbre y comienzo a batir palmas al ritmo de los silbatos y tambores.