miércoles, 6 de julio de 2016

OPERACION GREENUP (Capítulo experimental)




Vamos a viajar en el tiempo a la Austria de la II Guerra Mundial. Vamos a convertirnos en unos “Auténticos Malditos Bastardos”

El pasado invierno encontré de casualidad un magnifico y entretenidísimo documental sobre una misión secreta de la segunda guerra mundial. La historia de aquellos hombres me pareció tan increíble y fascinante que rápidamente me puse manos a la obra. Cuando escribo algo basado en hechos reales me gusta documentarme, buscar en internet la información oportuna que le dé a los relatos ese punto de veracidad, diría que ese punto de investigación incluso me divierte y creo que con este relato he hecho un buen trabajo.
En un principio solo he querido contar esa parte final de aquella misión secreta pero creo que en un futuro y, posiblemente, dependiendo de la reacción de los lectores  muy probablemente escriba la historia entera de aquella misión tan fundamental para el término de la II Guerra Mundial.
Así que ya sabéis, poneos el uniforme y vámonos a liberar Europa.





 OPERACION GREENUP
(Capítulo experimental)


Salió caminando del sendero de tierra hasta llegar a la carretera principal, sorprendido por la espesa niebla de aquella madrugada. Un clima realmente inusual para aquella época del año en la que se encontraba. Apenas podía ver los arboles del otro lado de la carretera pero tras meses de misión en aquel pueblo sabía ya cuantos pasos dar y en qué dirección darlos para llegar a cualquier sitio.
Cuando llegó al pueblo continuó calle arriba. Sus brillantes botas negras, que apenas se habían manchado durante aquel trayecto, resonaban fuerte al pisar sobre las calles empedradas y húmedas por el rocío de la noche. Sin dejar de caminar, tocó el bolsillo superior izquierdo de la chaqueta de su uniforme de oficial alemán y luego el derecho pero no encontró el paquete de cigarrillos. Detuvo su marcha y comprobó los bolsillos de su pantalón pero allí solo halló una pequeña caja de cerillas. Insatisfecho, se lamió los labios para paliar las ganas de fumar y continuó caminando disgustado hasta alcanzar la plaza. Pasó frente a la cafetería pero aún no estaba abierta, como tampoco estaban abiertas ningunas de las cantinas, ni tiendas de comestibles. Consultó su reloj, aún era temprano. Miró el cielo de Innsbruck, aún no había amanecido y él y ya llevaba despierto casi dos horas. En la calle no había nadie. Podía intuir entre los espesos bancos de niebla la tenue luz anaranjada de las farolas que seguían encendidas.
Atravesó la plaza siguiendo la misma ruta que traía desde que salió de casa y giró a la derecha. Se paró en seco en el callejón que aquella mañana se le antojaba diferente aunque nada en él hubiese cambiado y contempló cansado las banderas rojas con la cruz gamada que pendían pesadas y gruesas sobre las paredes de aquel lugar. Aquella guerra parecía no llegar nunca a su fin y aquél fin en gran parte dependía de él. Llevaba meses vistiendo como ellos, comiendo como ellos, actuando como ellos pero su misión como espía no daba los frutos esperados. Se adentró en el callejón y advirtió como a su paso parte de una cortina se abría tras el cristal de la ventana. Cuando giró la cabeza enérgicamente la cortina se cerró de golpe y continuó su marcha por el largo y estrecho callejón. Pensó que aquel sería un buen lugar para tenderle una trampa a un miembro de las SS y por primera vez sintió miedo ante la posibilidad de caer en tierras ocupadas a manos de civiles en vez de por el fuego de algún soldado alemán que lo descubriese. Pronto cayó en la cuenta de que ningún vecino de aquel pueblo estaba lo suficientemente armado de valor como para emprender aquella acción. Prosiguió la marcha, las farolas de la calle comenzaron a apagarse y volvió a querer un cigarrillo.
Llegó a la avenida principal y se esforzó por ver entre la espesa niebla la corta escalera de mármol de la puerta de la estación de trenes. Se dirigió hacia el edificio y subió pesadamente los escalones, pensando en las veces que había hecho ese mismo recorrido sin llegar a obtener  ningún tipo de información que mandar a Estados Unidos. Sus ánimos iban decreciendo mañana tras mañana y aquella mañana la primavera en aquel lugar no parecía diferenciarse del invierno. Atravesó las puertas de madera y sus pies resonaron fuerte sobre el suelo de mármol. Caminó por la gran sala que aún tenía las ventanillas para la venta de billetes cerradas. Justó antes de bajar las escaleras que conducían a los andenes seis jóvenes soldados alemanes que caminaban en formación se cuadraron ante él y le saludaron sin detener sus pasos.
-Heil Hit...
-Heil Hitler.- Contestó antes de que los soldados terminasen su frase para abreviar su estancia frente al grupo.
Abajo, la niebla era un más espesa y las luces de los andenes seguían encendidas. Algo le pareció extraño en aquella mañana, todo le inquietaba. Se giró y miró a la izquierda pero no vio nada inusual. Solo algunos árboles y farolas que se interponían a la niebla. A su espalda unas risas le distrajeron de su vigilancia. Se volvió y quedó petrificado ante la visión que se presentaba ante sus ojos. Unos veinte trenes resguardados dentro del túnel de la estación, con su potente haz de luz delantera penetrando sobre la niebla, cortándola como si fuera el fuego de un cañón recién disparado.  Los trenes estaban siendo cargados con gigantescas cajas de madera cuyos costados habían sido marcados a fuego con esvásticas.
Por fin. El momento que tanto ansiaba había llegado. La información que esperaban desde hacía meses en el bando aliando estaba a su alcance. Las manos le temblaron y observó su alargada sombra proyectada contra la pared por las luces de los trenes. La seguridad dentro del túnel parecía extrema aunque  desde su punto de vista él era el oficial de mayor rango en aquella estación. Sin duda aquel cargamento era demasiado importante para hacerlo a la vista de la población civil aunque esta estuviese bajo la extrema vigilancia de los soldados.  Continuó observando como todo tipo de cañones y tanques ligeros iban siendo cargados en aquellos vagones y eran recubiertos con gruesas lonas verdes. A veinticinco metros de los trenes, junto a una montaña de cajas de munición apiladas en forma de pirámide egipcia dos soldados compartían risas y cigarrillos mientras que cumplían su función de vigilancia. Era el momento de actuar.
Se quitó la gorra de plato, se peinó el cabello hacia atrás, tragó saliva y con ella el miedo y el temblor que recorría su cuerpo. Se ajustó el uniforme con un fuerte tirón de la parte baja de la chaqueta que hizo que esta se estirase completamente bajo el cinturón. Comenzó a andar hacia la pareja de soldados con grandes y decididas zancadas. Cuando estuvo a ocho metros de los soldados los señaló estirando su brazo derecho, apuntándoles con el dedo índice y sin dejar de acercarse a ellos comenzó a gritarles en alemán:
-¡Ustedes panda de locos! ¿Qué creen que están haciendo? ¿Cómo se les ocurre encender un cigarrillo cerca de la munición? ¿Acaso quieren que volemos todos  por los aires?
-Lo siento Mein Obersturnmführer, ¡Larga vida al fürer! ¡Por un Reich de mil años!- gritaron los soldados sorprendidos esperando un severo castigo ante la pasividad y relajación con la que estaban desempeñando su cometido.
-¿Qué se suponen que están haciendo?- Les volvió a gritar sin devolverles el saludo.
-¡Estamos vigilando!- Contestó el más bajo de los dos soldados.
-¿Vigilando? Yo llevo más de diez minutos vigilándoles a ustedes con un arma en el cinto. Podría haberles pegado un tiro a cada uno si fuera un espía americano, estúpidos.- Contestó haciendo el ademán de sacar la pistola que colgaba de su cinturón.- ¿Qué se supone que están vigilando?- Insistió con el interrogatorio.
Los soldados  enmudecieron confusos, entendiendo que la pregunta del oficial era retórica y que no merecía contestación. Algunos de los solados que, en la lejanía, cargaban las cajas en el tren dejaron de trabajar y se preocuparon por la escena que estaba teniendo lugar en aquel andén.
-¿Qué están mirando? ¿Acaso están esperando a que sea yo el que suba esas cajas al maldito tren?- Les vociferó desde la lejanía. Los soldados volvieron a sus labores de carga sin prestan más atención.- Y ustedes dos ¿Van a decirme de una vez que están vigilando?- Les volvió a preguntar a los vigilantes en un tono más comedido para no llamar la atención de algún mando que hubiese por la estación.
-Los… Los trenes.- Contestó el soldado más alto.
-Maldito, estúpido. Ya sé que son los trenes. ¿Quiere hacerme enfadar?, ¿Cuántos trenes son? ¿Qué llevan y a dónde lo llevan?- Replicó acercando su cara a la del soldado.
Los vigilantes continuaron callados y se miraron de reojo.
-¡Maldita sea! ¿Van a darme esa información o me van a hacer ir hasta el puto tren para asegurarme de que están haciendo bien su trabajo?- Insistió con el soldado alto gritándole lleno de ira fingida.
-Veintiséis trenes, cargados con cañones Nebelwerfer 41 y 42, Tanques SD.KFZ 222, tanquetas FLAK 38 y cajas de munición para las MP 28, MP38 y MP40 destinado a abastecer a las líneas de  fronterizas situadas en Basilea- contestó su compañero el pequeño.
-Y el V2- Concluyó el inventario su compañero.
La información se quedó durante unos segundos en el aire, hasta que finalmente Frederick reaccionó. Buscó con la mirada cual podría ser el vagón que contuviese el misil pero, en la distancia, todos parecían iguales. Observó deseoso como sobre las cajas de madera, descuidada, se encontraba la hoja de inventario de aquel cargamento.
-¿Aun están aquí esos trenes con el V2?- Continuó con su actuación en un tono sorprendido e incrédulo. -¡Deberían haber salido esta madrugada! Nuestros soldados llevan esperando ese arsenal desde hace semanas y ustedes están aquí riendo y fumando. Lerdos vayan a ayudar a cargar ese tren ahora mismo o les juro que el próximo cargamento lo vigilaran en la estación de Minsk.- Les gritó mientras que les ponía sobre los brazos una de las cajas para hacerles ver la urgencia del envió.
Los soldados se sonrojaron aún más y volvieron a tragar saliva- ¡A la orden Mein Obersturnmführer!- Saludaron mientras se dirigían a paso ligero hacia el tren cargados con alguna de las cajas.
-¡Soldados!- Volvió a gritar y a hacer que volvieran con un gesto.
-¿Si?
-Dejen aquí sus cigarrillos. Son capaces de destruir el arsenal antes de que llegue a su destino.
-¡Jawohl!- Dijeron los soldados a la vez mientras que sacaban un paquete de cigarrillos de sus bolsillos y los dejaban junto a la tablilla de inventario temerosos de ser destinados al frente ruso.
Una vez alejados del resto del cargamento cogió la hoja de inventario, las cajetillas de cigarrillos y salió con paso marcial aunque acelerado de la estación.
Se alejó del lugar dando bocanadas de aire para restablecer la calma en su organismo que estaba acelerado por la subida de adrenalina del momento. No quiso mirar la tablilla con la información que acababa de robar hasta estar seguro de encontrarse a salvo, simplemente la sostuvo bajo su brazo mientras que seguía caminando hasta la casa situada en Oberperfuss para mandar por radio la información obtenida. Solo se paró al final de la calle que conducía a la plaza para encenderse uno de los cigarrillos de las cajetillas que les había confiscado a los soldados y que llevaba ansiando desde aquella madrugada.

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(1) Quiero agradecer a mi hermano Manuel y a mi amigo José Carlos la ayuda para poder recrear correctamente el idioma, las armas y la ropa usadas por los soldados alemanes.